132º Aniversario de la Batalla de Tarapacá
Hoy 27 de Noviembre se conmemora el 132º aniversario de la gloriosa Batalla de Tarapacá, gesta histórica que significó para los peruanos un triunfo resonante frente al ejército chileno, durante la Guerra del Guano y del Salitre. Evocar esa epopeya es recordar el coraje y valentía del soldado peruano, que desprovisto de los elementos bélicos suficientes, en medio de los sofocantes desiertos salitreros, arrastrando un séquito de moribundos, heridos y faltos de agua y alimentos, alcanzó una significativa victoria. “Eran –los soldados peruanos, como asegura Juan José Vega- artilleros sin cañones, húsares sin corceles, navales sin buques. Descalzos muchísimos, sólo los uniformaba, de jefe a soldado, la pobreza, la bizarría y el denuedo patriótico”.
Tarapacá es escuela de inspiración para futuras victorias, es el lugar donde se escribió con sangre y honor una de las páginas más hermosas de la historia nacional. Allí quedaron esculpidas en alto relieve las virtudes patrióticas de quienes a pesar del cansancio y la fatiga, se entregaron ardorosamente al combate. Para Andrés Avelino Cáceres, conductor de hombres por antonomasia, artífice de la Batalla de Tarapacá, aquel día “nuestras tropas obtuvieron espléndido triunfo”, y en palabras de Jorge Basadre, “Tarapacá constituye verdadero himno a las grandes condiciones del soldado peruano”.
Durante la guerra del 79 nuestra patria fue invadida por un país expansionista, cuyo ejército estaba equipado y preparado para la victoria; pero no sólo para ganar la guerra, sino para destruir al Perú. “Ni una choza peruana debe quedar en pie estando al alcance de nuestra artillería naval. Nuestros buques deben sembrar por todas partes la desolación y el espanto. Preparemos el camino de nuestras fuerzas expedicionarias sobre Lima, incendiando las poblaciones enemigas de la costa peruana. Es necesario que la muerte y la destrucción ejercidas sin piedad en los hogares del Perú no le deje un momento de aliento ni respiro y que sucumba al peso de nuestra superioridad militar”, decía el diario de Santiago “El Ferrocarril” del 5 de junio de 1880.
La guerra de rapiña, preparada con más de diez años de anticipación y con la ayuda de Inglaterra, estaba en marcha. Al año siguiente, el 9 de agosto de 1881, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Isidro Errásuris, decía con satisfacción en la Cámara de Diputados, lo siguiente: “La guerra nos ha abierto nuevas industrias (cobre, minerales, productos naturales, guano, salitre) para nuestros compatriotas, que se ahogan ya en este nuestro suelo escaso de recursos, agua, energía, etc., ya la ocupación nuestra se costea y deja remanentes importantes. La ruina que la crisis había hecho entre nosotros va desapareciendo, y es preciso que aprovechemos del PERÚ y del BOTÍN QUE DA EL TRIUNFO. Las aduanas del Perú son fuentes inagotables de todo recurso, y hay que explotarlas totalmente hasta que queden vacías”.
Y lo más cruel y sanguinario del corvo araucano nos lo recuerda el historiador chileno, Vicuña Mackenna, cuando dice: “Los soldados chilenos no se satisfacen con ver muertos a sus enemigos peruanos, creen que se hacen los muertos y para dejarlos bien muertos a los muertos, terminada la batalla recorren el campo de guerra y ultiman a los heridos al lado de sus esposas (rabonas) e hijos. A este acto se le conoce como EL REPASE.”
Sin embargo, el Ejército peruano, improvisado, se batió con honor, jamás se rindió, supo arrancar con valor triunfos contundentes, como el de la mañana del 27 de noviembre de 1879. Hoy, a los 132 años, del día glorioso de la Batalla de Tarapacá, nuestro Ejército celebra con legítimo orgullo el “DÍA DE LA INFANTERÍA” cuyo insigne patrono es el Mariscal ANDRÉS AVELINO CÁCERES DORREGARAY. En esa memorable Batalla, el arma de Infantería se impuso, demostrando lo que son capaces, el comando, los oficiales y las tropas, así como la población civil, cuando concurren hacia un solo fin la iniciativa y el fervor patriótico. Por eso, evocar Tarapacá es referirse al triunfo de las cualidades morales, sobre la adversidad, porque allí se impusieron las virtudes patrióticas de un grupo de peruanos, que no obstante la superioridad numérica del adversario, convenientemente equipado, a pesar del cansancio y la fatiga, se entregaron ardorosamente al combate, hasta la victoria.
En las aciagas horas de la Guerra con Chile, Cáceres sintetizó la esperanza, en el dolor, la calma; simbolizó la resistencia inquebrantable de un pueblo y de una raza que jamás se rinde. Esta guerra nos enseñó a atenernos a nosotros mismos, sin esperar nada de los demás. Esta guerra, constituyó una lección de previsión, para que esos actos de invasión nunca se repitan. Pero la mejor lección es que la defensa de un país no se improvisa. La Batalla de Tarapacá, de la que se ha dicho que es la más sublime de América, y que no tiene parangón, representa el triunfo de los valores morales; en ella se pusieron de manifiesto las virtudes militares de nuestros hombres que supieron legarnos la más hermosa lección de patriotismo en la lucha por la defensa de nuestro suelo. Tarapacá constituye, pues, una victoria inverosímil que raya con lo mitológico. La encarnación de estas virtudes y compendio de todo pundonor es el insigne Patrono del Arma de Infantería, el Mariscal Andrés Avelino Cáceres.
Al conmemorarse el 132º aniversario de esta gloriosa gesta, debemos reflexionar sobre lo que el maestro Jorge Basadre nos recuerda, que el plebiscito que debía realizarse 10 años después de la firma del Tratado de Ancón, para que las cautivas Tacna y Arica vuelvan al seno de la Patria, no llegó a realizarse por la negativa de Chile, porque se impuso un proceso de “chilenización” en esos territorios, para asegurar el resultado favorable del plebiscito cuando eventualmente tuviera lugar. En mayo de 1900 fueron clausuradas 16 escuelas peruanas de Tacna y 17 de Arica con el pretexto de que no cumplían con la instrucción bajo la dirección del Estado chileno y no enseñaban la geografía e historia de Chile. Otras medidas intimidatorias fueron el traslado de Iquique a Tacna de la Corte de Apelaciones y de la plana mayor de la primera zona militar, la inversión de importantes sumas de dinero para construir en Tacna un edificio destinado a los tribunales y la Intendencia, para instalar el agua potable y para hacer obras de colonización; la fundación de un diario para la propaganda chilena; el traslado de gente sin oficio a Arica.
La política de “chilenización” era beligerante, no respetaba nada, la cancillería chilena actuó en Washington, Río de Janeiro y Buenos Aires para acusar a la cancillería peruana de terquedad frente al cumplimiento del tratado de Ancón, insistiendo en la doctrina de que la cláusula plebiscitaria en el tratado de Ancón era una cláusula disimulada de cesión, sugiriendo la tesis de la caducidad de los tratados en virtud de la prescripción, así como la inaplicabilidad del arbitraje en las cuestiones de procedimientos plebiscitarios.
Para el año 1908 la situación del Perú era sombría, por el estado de terror impuesto por Chile, después de 25 años todo indicaba la voluntad de Chile de apoderarse de los territorios peruanos, burlándose del tratado de Ancón. El país del sur seguía en actitud de rechazo al arbitraje y ya ningún estado vecino o no hallábase dispuesto a hacer uso de la mediación. La disparidad de fuerzas entre los dos países le daba tranquilidad y seguridad a Chile, y al mismo tiempo el Perú tenía que atender los litigios de frontera con Ecuador, Colombia, Brasil y Bolivia.
En 1909 se intensificaron los horrores de la “chilenización”, clausuraron las escuelas y expulsaron a los maestros peruanos, prohibieron la celebración de las fiestas patrias e izar banderas peruanas y que se cantara el himno nacional, dieron una ley de colonización de Tacna que autorizaba al Presidente chileno para invertir en esa provincia hasta la suma de un millón de pesos en obras fiscales y de fomento agrícola e industrial. Los peruanos que trabajaban en el puerto de Arica fueron obligados a abandonarlo, los agentes de aduanas quedaron impedidos de trabajar y por todos los medios, incluso violentos, arruinaron, atemorizaron e hicieron emigrar a comerciantes e industriales. El intendente chileno Máximo Lira inició juicio criminal contra el diario peruano “La Voz del Sur”. El servicio religioso a cargo de sacerdotes peruanos recibía crecientes amenazas y estaban gestionando ante la Santa Sede para separar de la jurisdicción del Obispado de Arequipa.
El 23 de noviembre de 1909 fueron clausuradas todas la iglesias peruanas, y obligados los sacerdotes peruanos a abandonar Tacna y Arica en el plazo de 48 horas. En verdad los curas eran poderosos agentes de la preservación, difusión y ahondamiento del sentimiento patriótico. Los más arrojados y elocuentes fueron el vicario Vitaliano Berroa y Juan Gualberto Guevara, este último llegó a ser cardenal del Perú.
La diplomacia chilena logró impedir la aprobación del arbitraje obligatorio en la conferencia de México, obtuvo una declaración norteamericana en el sentido de que su mediación sólo se produciría a solicitud de las dos partes, adquirió el compromiso de Argentina de no inmiscuirse en los asuntos del Pacífico. El statu quo diplomático en el que entró el problema de Tacna y Arica, con tendencia a prorrogarse indefinidamente, no favorecía sino a Chile. En el plano internacional, el plan de Chile era urdir la alianza con los países del norte del Perú. Un documento del 18 de enero de 1902 establecía la alianza entre Chile, Colombia y Ecuador, por la cual Chile se comprometía ceder a Colombia un crucero protegido para ser pagado más tarde. Colombia convino en otorgar paso libre en cualquier tiempo a través del istmo de Panamá que, por entonces, le pertenecía, el material de guerra destinado a Chile. Y más antes, en 1895, “por un tratado secreto, Chile se había comprometido a transferir Tacna y Arica a Bolivia.” (Alfonso Benavides Correa, En: “NOTICIAS”, Lima, 28 de Agosto de 1979).
La situación de los peruanos en su propio suelo de Tacna, Arica y Tarapacá era insoportable. Una sociedad llamada “Liga Patriótica” pidió en Iquique la salida de los peruanos de toda la región de Tarapacá. Los ataques violentos a las propiedades y los insultos a las personas en las calles era pan de cada día. Los que cumplían 21 años eran tenazmente buscados para que hagan su servicio militar en el ejército de Chile. En la noche del 27 de mayo de 1911, las instituciones peruanas, entre ellas dos clubes, una bomba, una sociedad de beneficencia y un periódico fueron atacados por turbas frenéticas y entre gritos, pedradas y balazos fue arrancado, arrastrado y destrozado el escudo peruano de la oficina consular. El periódico “La Voz del Perú” que dirigía Modesto Molina fue clausurado El éxodo forzado de los peruanos de Tarapacá alcanzó considerables proporciones. En la noche del 18 de julio, en Tacna los chilenos hicieron una manifestación pública y destrozaron las imprentas en que se publicaban los diarios peruanos “La Voz del Sur” y “El Tacora”, y el Club de la Unión, los socios continuaron reuniéndose en el local en ruinas hasta que el general Vicente del Solar, jefe de la guarnición, lo clausuró definitivamente.
La historia del Perú –dice Jorge Basadre- debe guardar con cariño y gratitud la memoria de quienes en Tarapacá demostraron, a través de los años y de la adversidad, su incontrastable devoción al Perú, cuando se discutía en la Asamblea Nacional de Lima el tratado de Ancón suscribieron una protesta para oponerse a la cesión de su departamento. Firmada la paz, organizaron club y casino, bomba, periódicos, sociedades de auxilios mutuos y escuelas peruanas, sostenidas por ellos mismos. La mayor parte de estas instituciones desaparecieron, con perjuicio y peligro para quienes las integraban. Cuando se inició la primera suscripción para adquirir, por erogación popular, buques para la escuadra nacional, Tarapacá aportó suma mayor que todos los demás departamentos juntos. Muchos jóvenes tarapaqueños viajaron por varios años a Lima para hacer espontáneamente el servicio militar; y hubo en el ejército y la armada jefes y oficiales oriundos de Tarapacá.
Respecto a la ocupación de Arica y Tarapacá por parte de Chile, el Dr. Virgilio Roel Pineda, en una carta dirigida al Director del Interdiario “NOTICIAS”, del 6 de setiembre de 1979, p. 7, con motivo del Cincuentenario de la reincorporación de Tacna, dice: “… el denominado “Tratado de Ancón”… fue firmado por el lado peruano cuando estaba en el poder un gobierno títere de Chile y como si ello fuera poco, los chilenos impusieron los términos del mencionado documento cuando el pueblo peruano estaba impedido de expresar su opinión; en consecuencia… no puede ser reconocido como válido.” De otro lado, “El tratado Peruano Chileno redactado en tiempos del gobierno dictatorial de Leguía, también fue firmado… cuando las poblaciones peruanas de Tacna y Arica eran perseguidas con ensañamiento, en aplicación de la bárbara política de chilenización de esas provincias peruanas… Según los términos de este Tratado, Tacna volvió al Perú en tanto que Arica pasó a la jurisdicción de Chile, pero su firma carece de validez porque Chile lo impuso con la amenaza de la fuerza y no puede ser nada digno aceptar la vigencia de un papel así obtenido. Pero como si esto fuera poco, Chile ha incumplido sistemáticamente algunos términos del tratado… si se tiene en cuenta que es un principio de la práctica internacional que el incumplimiento de una parte de cualquier tratado acarrea su nulidad, es del todo claro que ese instrumento ya no tiene validez, y por tanto, Chile está ocupando ilegalmente la provincia peruana de Arica, del mismo modo que mantiene cautiva nuestra provincia de Tarapacá. La obligación de los gobernantes peruanos es exigir la cesación de esa doble ilegalidad.”
“Considerar que Arica y Tarapacá –concluye el Dr. Roel Pineda- jamás dejarán de ser peruanas (aunque estén en cautividad)…, no comporta necesariamente una postura belicista o agresiva. Esta consideración debe ser entendida principalmente como uno de los fundamentos de nuestra diplomacia, de la educación de nuestros hijos y del desarrollo de la conciencia nacional.”
¡POR CACERES Y LA PATRIA! ¡VIVA EL PERÚ!
Pronunciado en la ceremonia organizada por la
Tarapacá es escuela de inspiración para futuras victorias, es el lugar donde se escribió con sangre y honor una de las páginas más hermosas de la historia nacional. Allí quedaron esculpidas en alto relieve las virtudes patrióticas de quienes a pesar del cansancio y la fatiga, se entregaron ardorosamente al combate. Para Andrés Avelino Cáceres, conductor de hombres por antonomasia, artífice de la Batalla de Tarapacá, aquel día “nuestras tropas obtuvieron espléndido triunfo”, y en palabras de Jorge Basadre, “Tarapacá constituye verdadero himno a las grandes condiciones del soldado peruano”.
Durante la guerra del 79 nuestra patria fue invadida por un país expansionista, cuyo ejército estaba equipado y preparado para la victoria; pero no sólo para ganar la guerra, sino para destruir al Perú. “Ni una choza peruana debe quedar en pie estando al alcance de nuestra artillería naval. Nuestros buques deben sembrar por todas partes la desolación y el espanto. Preparemos el camino de nuestras fuerzas expedicionarias sobre Lima, incendiando las poblaciones enemigas de la costa peruana. Es necesario que la muerte y la destrucción ejercidas sin piedad en los hogares del Perú no le deje un momento de aliento ni respiro y que sucumba al peso de nuestra superioridad militar”, decía el diario de Santiago “El Ferrocarril” del 5 de junio de 1880.
La guerra de rapiña, preparada con más de diez años de anticipación y con la ayuda de Inglaterra, estaba en marcha. Al año siguiente, el 9 de agosto de 1881, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Isidro Errásuris, decía con satisfacción en la Cámara de Diputados, lo siguiente: “La guerra nos ha abierto nuevas industrias (cobre, minerales, productos naturales, guano, salitre) para nuestros compatriotas, que se ahogan ya en este nuestro suelo escaso de recursos, agua, energía, etc., ya la ocupación nuestra se costea y deja remanentes importantes. La ruina que la crisis había hecho entre nosotros va desapareciendo, y es preciso que aprovechemos del PERÚ y del BOTÍN QUE DA EL TRIUNFO. Las aduanas del Perú son fuentes inagotables de todo recurso, y hay que explotarlas totalmente hasta que queden vacías”.
Y lo más cruel y sanguinario del corvo araucano nos lo recuerda el historiador chileno, Vicuña Mackenna, cuando dice: “Los soldados chilenos no se satisfacen con ver muertos a sus enemigos peruanos, creen que se hacen los muertos y para dejarlos bien muertos a los muertos, terminada la batalla recorren el campo de guerra y ultiman a los heridos al lado de sus esposas (rabonas) e hijos. A este acto se le conoce como EL REPASE.”
Sin embargo, el Ejército peruano, improvisado, se batió con honor, jamás se rindió, supo arrancar con valor triunfos contundentes, como el de la mañana del 27 de noviembre de 1879. Hoy, a los 132 años, del día glorioso de la Batalla de Tarapacá, nuestro Ejército celebra con legítimo orgullo el “DÍA DE LA INFANTERÍA” cuyo insigne patrono es el Mariscal ANDRÉS AVELINO CÁCERES DORREGARAY. En esa memorable Batalla, el arma de Infantería se impuso, demostrando lo que son capaces, el comando, los oficiales y las tropas, así como la población civil, cuando concurren hacia un solo fin la iniciativa y el fervor patriótico. Por eso, evocar Tarapacá es referirse al triunfo de las cualidades morales, sobre la adversidad, porque allí se impusieron las virtudes patrióticas de un grupo de peruanos, que no obstante la superioridad numérica del adversario, convenientemente equipado, a pesar del cansancio y la fatiga, se entregaron ardorosamente al combate, hasta la victoria.
En las aciagas horas de la Guerra con Chile, Cáceres sintetizó la esperanza, en el dolor, la calma; simbolizó la resistencia inquebrantable de un pueblo y de una raza que jamás se rinde. Esta guerra nos enseñó a atenernos a nosotros mismos, sin esperar nada de los demás. Esta guerra, constituyó una lección de previsión, para que esos actos de invasión nunca se repitan. Pero la mejor lección es que la defensa de un país no se improvisa. La Batalla de Tarapacá, de la que se ha dicho que es la más sublime de América, y que no tiene parangón, representa el triunfo de los valores morales; en ella se pusieron de manifiesto las virtudes militares de nuestros hombres que supieron legarnos la más hermosa lección de patriotismo en la lucha por la defensa de nuestro suelo. Tarapacá constituye, pues, una victoria inverosímil que raya con lo mitológico. La encarnación de estas virtudes y compendio de todo pundonor es el insigne Patrono del Arma de Infantería, el Mariscal Andrés Avelino Cáceres.
Al conmemorarse el 132º aniversario de esta gloriosa gesta, debemos reflexionar sobre lo que el maestro Jorge Basadre nos recuerda, que el plebiscito que debía realizarse 10 años después de la firma del Tratado de Ancón, para que las cautivas Tacna y Arica vuelvan al seno de la Patria, no llegó a realizarse por la negativa de Chile, porque se impuso un proceso de “chilenización” en esos territorios, para asegurar el resultado favorable del plebiscito cuando eventualmente tuviera lugar. En mayo de 1900 fueron clausuradas 16 escuelas peruanas de Tacna y 17 de Arica con el pretexto de que no cumplían con la instrucción bajo la dirección del Estado chileno y no enseñaban la geografía e historia de Chile. Otras medidas intimidatorias fueron el traslado de Iquique a Tacna de la Corte de Apelaciones y de la plana mayor de la primera zona militar, la inversión de importantes sumas de dinero para construir en Tacna un edificio destinado a los tribunales y la Intendencia, para instalar el agua potable y para hacer obras de colonización; la fundación de un diario para la propaganda chilena; el traslado de gente sin oficio a Arica.
La política de “chilenización” era beligerante, no respetaba nada, la cancillería chilena actuó en Washington, Río de Janeiro y Buenos Aires para acusar a la cancillería peruana de terquedad frente al cumplimiento del tratado de Ancón, insistiendo en la doctrina de que la cláusula plebiscitaria en el tratado de Ancón era una cláusula disimulada de cesión, sugiriendo la tesis de la caducidad de los tratados en virtud de la prescripción, así como la inaplicabilidad del arbitraje en las cuestiones de procedimientos plebiscitarios.
Para el año 1908 la situación del Perú era sombría, por el estado de terror impuesto por Chile, después de 25 años todo indicaba la voluntad de Chile de apoderarse de los territorios peruanos, burlándose del tratado de Ancón. El país del sur seguía en actitud de rechazo al arbitraje y ya ningún estado vecino o no hallábase dispuesto a hacer uso de la mediación. La disparidad de fuerzas entre los dos países le daba tranquilidad y seguridad a Chile, y al mismo tiempo el Perú tenía que atender los litigios de frontera con Ecuador, Colombia, Brasil y Bolivia.
En 1909 se intensificaron los horrores de la “chilenización”, clausuraron las escuelas y expulsaron a los maestros peruanos, prohibieron la celebración de las fiestas patrias e izar banderas peruanas y que se cantara el himno nacional, dieron una ley de colonización de Tacna que autorizaba al Presidente chileno para invertir en esa provincia hasta la suma de un millón de pesos en obras fiscales y de fomento agrícola e industrial. Los peruanos que trabajaban en el puerto de Arica fueron obligados a abandonarlo, los agentes de aduanas quedaron impedidos de trabajar y por todos los medios, incluso violentos, arruinaron, atemorizaron e hicieron emigrar a comerciantes e industriales. El intendente chileno Máximo Lira inició juicio criminal contra el diario peruano “La Voz del Sur”. El servicio religioso a cargo de sacerdotes peruanos recibía crecientes amenazas y estaban gestionando ante la Santa Sede para separar de la jurisdicción del Obispado de Arequipa.
El 23 de noviembre de 1909 fueron clausuradas todas la iglesias peruanas, y obligados los sacerdotes peruanos a abandonar Tacna y Arica en el plazo de 48 horas. En verdad los curas eran poderosos agentes de la preservación, difusión y ahondamiento del sentimiento patriótico. Los más arrojados y elocuentes fueron el vicario Vitaliano Berroa y Juan Gualberto Guevara, este último llegó a ser cardenal del Perú.
La diplomacia chilena logró impedir la aprobación del arbitraje obligatorio en la conferencia de México, obtuvo una declaración norteamericana en el sentido de que su mediación sólo se produciría a solicitud de las dos partes, adquirió el compromiso de Argentina de no inmiscuirse en los asuntos del Pacífico. El statu quo diplomático en el que entró el problema de Tacna y Arica, con tendencia a prorrogarse indefinidamente, no favorecía sino a Chile. En el plano internacional, el plan de Chile era urdir la alianza con los países del norte del Perú. Un documento del 18 de enero de 1902 establecía la alianza entre Chile, Colombia y Ecuador, por la cual Chile se comprometía ceder a Colombia un crucero protegido para ser pagado más tarde. Colombia convino en otorgar paso libre en cualquier tiempo a través del istmo de Panamá que, por entonces, le pertenecía, el material de guerra destinado a Chile. Y más antes, en 1895, “por un tratado secreto, Chile se había comprometido a transferir Tacna y Arica a Bolivia.” (Alfonso Benavides Correa, En: “NOTICIAS”, Lima, 28 de Agosto de 1979).
La situación de los peruanos en su propio suelo de Tacna, Arica y Tarapacá era insoportable. Una sociedad llamada “Liga Patriótica” pidió en Iquique la salida de los peruanos de toda la región de Tarapacá. Los ataques violentos a las propiedades y los insultos a las personas en las calles era pan de cada día. Los que cumplían 21 años eran tenazmente buscados para que hagan su servicio militar en el ejército de Chile. En la noche del 27 de mayo de 1911, las instituciones peruanas, entre ellas dos clubes, una bomba, una sociedad de beneficencia y un periódico fueron atacados por turbas frenéticas y entre gritos, pedradas y balazos fue arrancado, arrastrado y destrozado el escudo peruano de la oficina consular. El periódico “La Voz del Perú” que dirigía Modesto Molina fue clausurado El éxodo forzado de los peruanos de Tarapacá alcanzó considerables proporciones. En la noche del 18 de julio, en Tacna los chilenos hicieron una manifestación pública y destrozaron las imprentas en que se publicaban los diarios peruanos “La Voz del Sur” y “El Tacora”, y el Club de la Unión, los socios continuaron reuniéndose en el local en ruinas hasta que el general Vicente del Solar, jefe de la guarnición, lo clausuró definitivamente.
La historia del Perú –dice Jorge Basadre- debe guardar con cariño y gratitud la memoria de quienes en Tarapacá demostraron, a través de los años y de la adversidad, su incontrastable devoción al Perú, cuando se discutía en la Asamblea Nacional de Lima el tratado de Ancón suscribieron una protesta para oponerse a la cesión de su departamento. Firmada la paz, organizaron club y casino, bomba, periódicos, sociedades de auxilios mutuos y escuelas peruanas, sostenidas por ellos mismos. La mayor parte de estas instituciones desaparecieron, con perjuicio y peligro para quienes las integraban. Cuando se inició la primera suscripción para adquirir, por erogación popular, buques para la escuadra nacional, Tarapacá aportó suma mayor que todos los demás departamentos juntos. Muchos jóvenes tarapaqueños viajaron por varios años a Lima para hacer espontáneamente el servicio militar; y hubo en el ejército y la armada jefes y oficiales oriundos de Tarapacá.
Respecto a la ocupación de Arica y Tarapacá por parte de Chile, el Dr. Virgilio Roel Pineda, en una carta dirigida al Director del Interdiario “NOTICIAS”, del 6 de setiembre de 1979, p. 7, con motivo del Cincuentenario de la reincorporación de Tacna, dice: “… el denominado “Tratado de Ancón”… fue firmado por el lado peruano cuando estaba en el poder un gobierno títere de Chile y como si ello fuera poco, los chilenos impusieron los términos del mencionado documento cuando el pueblo peruano estaba impedido de expresar su opinión; en consecuencia… no puede ser reconocido como válido.” De otro lado, “El tratado Peruano Chileno redactado en tiempos del gobierno dictatorial de Leguía, también fue firmado… cuando las poblaciones peruanas de Tacna y Arica eran perseguidas con ensañamiento, en aplicación de la bárbara política de chilenización de esas provincias peruanas… Según los términos de este Tratado, Tacna volvió al Perú en tanto que Arica pasó a la jurisdicción de Chile, pero su firma carece de validez porque Chile lo impuso con la amenaza de la fuerza y no puede ser nada digno aceptar la vigencia de un papel así obtenido. Pero como si esto fuera poco, Chile ha incumplido sistemáticamente algunos términos del tratado… si se tiene en cuenta que es un principio de la práctica internacional que el incumplimiento de una parte de cualquier tratado acarrea su nulidad, es del todo claro que ese instrumento ya no tiene validez, y por tanto, Chile está ocupando ilegalmente la provincia peruana de Arica, del mismo modo que mantiene cautiva nuestra provincia de Tarapacá. La obligación de los gobernantes peruanos es exigir la cesación de esa doble ilegalidad.”
“Considerar que Arica y Tarapacá –concluye el Dr. Roel Pineda- jamás dejarán de ser peruanas (aunque estén en cautividad)…, no comporta necesariamente una postura belicista o agresiva. Esta consideración debe ser entendida principalmente como uno de los fundamentos de nuestra diplomacia, de la educación de nuestros hijos y del desarrollo de la conciencia nacional.”
¡POR CACERES Y LA PATRIA! ¡VIVA EL PERÚ!
Pronunciado en la ceremonia organizada por la
Sociedad Patriótica Tarapaqueña.
Callao, 27 de Noviembre del 2011.
CPP Lope Yupanqui Callegari.
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