La Orden de la Legión Mariscal
Cáceres recordó el
133º Aniversario de las Batallas de Marcavalle, Pucará y
Concepción y el 132º del holocausto de Huamachuco
Agradezco al General Presidente de la Orden de la
Legión Mariscal Cáceres el honor de permitirme hacer uso de la palabra en esta
ocasión en que conmemoramos un aniversario más de las triunfantes batallas de
Marcavalle, Pucará y Concepción y el holocausto de Huamachuco, hechos acaecidos
durante la gloriosa Campaña de la Breña, conducida magistralmente por el entonces
General Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.
Sabemos que fracasadas la Campaña Naval y la Campaña
Terrestre del Sur, la guerra de Chile contra el Perú iniciada el 5 de abril de
1879 llega a la capital de la República y tras los desastres de San Juan y
Miraflores el dictador Nicolás de Piérola abandona Lima el mismo 15 de enero de
1881, mientras Chorrillos, el Barranco y Miraflores se consumían en llamas.
Para Piérola y sus partidarios la guerra había
terminado con la ocupación de Lima por los chilenos, mientras que para el
General Cáceres era perfectamente viable emprender la resistencia en otro
escenario, mediante una guerra de desgaste, porque en sus planes estaba lograr
el triunfo o, por lo menos, crear las condiciones para negociar una paz
aceptable y honrosa.
Cuando en abril de 1881 el general Cáceres se hace
cargo de las operaciones, en el centro del país no había ejército y las
guerrillas que existían habían surgido por iniciativa de vecinos entusiastas
sin ningún apoyo de Piérola. En estas condiciones se llega a 1882, y después de
vencer los embates de la naturaleza en Julcamarca y en Acuchimay el
levantamiento de Arnaldo Panizo, el general Cáceres avanza con los preparativos
y adiestramiento del Ejército del Centro, los pobladores se alistan para la
lucha, la decisión de combatir se alimentaba con la evocación de la
participación de los contingentes serranos en la defensa de Lima, el relato de
los sobrevivientes de San Juan y Miraflores era la mejor propaganda que avivaba
el patriotismo.
En las principales ciudades del centro del país se
habían instalado las fuerzas de ocupación comandadas por el coronel Estanislao Del
Canto. Para el sostenimiento contaban con los recursos del lugar, que lo conseguían
mediante el saqueo y el robo, la imposición de cupos en dinero y otras especies.
Virgilio Roel Pineda, dice: “El robo y el saqueo fueron una práctica que se
impuso en el ejército chileno de una forma tal, que el procedimiento se utilizó
como un señuelo ante la soldadesca: se le ofreció a los soldados, como
atractivo, que ejercerían la práctica bárbara y bestial del saqueo, y como gran
parte de sus tropas provenía del hampa o tenía mentalidad delincuencial, se
lanzaron a la guerra esperando el momento de asaltar, robar, violar, destruir y
asesinar. Por supuesto que los mandos cumplieron casi siempre su promesa de dar
libre curso al saqueo…”
Esta práctica agravaba la precaria situación de los
pobladores, más la actitud profundamente racista contra los indígenas, fueron
creando las condiciones para la reacción generalizada de las comunidades en el
mes de abril de 1882. “La insurrección de abril –dice Nelson Manrique- fue una
movilización de masas de la cual sólo por excepción se conocen algunos nombres,
mientras que la inmensa mayoría de los heroicos combatientes permanecen en el
anonimato… El gran protagonista de la resistencia guerrillera del valle del
Mantaro fue, pues, el campesinado indígena de las comunidades, quien tuvo la
iniciativa y llevó el peso de las acciones sobre sus hombros”.
A fines de mayo, el general Cáceres consideró que
las fuerzas que había organizado en Ayacucho estaban ya en condiciones de
entrar en campaña y, al mismo tiempo, los pobladores reclamaban su presencia
para desalojar a los invasores chilenos, que habían convertido la vida de
inermes y pacíficos agricultores en una situación insoportable. El conductor de
la resistencia inicia, entonces,
La Gloriosa Contraofensiva
del Ejército del Centro.
El plan concebido por el general Cáceres consistía
en lanzar un asalto simultáneo contra tres objetivos vitales: el primero era cortar
el puente de La Oroya para impedir la fuga de los chilenos con dirección a
Lima, su ejecución fue encargada a una columna al mando del coronel Máximo
Tafur. La segunda columna, al mando del coronel Juan Gastó, debía marchar por
el flanco oriental del valle para unirse con el contingente de Comas y atacar a
la guarnición chilena acuartelada en Concepción. Y la tercera columna formada
por el grueso del Ejército al mando del propio general Cáceres, que debía
marchar sobre las posiciones de Marcavalle y Pucará empujando a las fuerzas
chilenas hacia el norte, y todas las guerrillas de uno y otro lado del valle
del Mantaro cooperarían con las operaciones del Ejército.
La misión de volar el puente de La Oroya no se
cumplió debido a que por falta de coordinación los guerrilleros de Chacapalpa
atacaron antes del día fijado y, por desgracia, fueron rechazados, quedando las
fuerzas enemigas a salvo.
El general Cáceres, en cambio, con el grueso del ejército, en la madrugada
del glorioso 9 de julio, el batallón Tarapacá inició las acciones, trabando
combate con las avanzadas chilenas de Marcavalle haciendo que se replegaran a
Pucará, de donde también fueron desalojados, huyendo a Sapallanga y luego a
Huancayo. El triunfo del Ejército del Centro resultó contundente e
indiscutible.
Ese mismo 9 de julio por la tarde, la columna del
coronel Juan Gastó y las fuerzas de Ambrosio Salazar, que comandaba el contingente
de Comas y Andamarca, atacaron al destacamento chileno acuartelado en Concepción
y luego de un feroz combate que duró 17 horas, hasta la mañana del 10 de julio,
dieron muerte a todos los integrantes de ese indeseable destacamento chileno.
En Concepción se encontraba la cuarta compañía del escuadrón Chacabuco, al
mando del teniente Ignacio Carrera Pinto. En esta compañía habían algunos que eran
gente distinguida: Ignacio Carrera Pinto era sobrino del presidente Aníbal
Pinto, Julio Montt Salamanca era hijo del ministro de Guerra, Arturo Pérez
Canto era sobrino del coronel Estanislao Del Canto, Luis Cruz Martínez era
también de ascendencia ilustre.
Lo ocurrido en Concepción provocó una gran conmoción
en Chile. Jorge Basadre cita al historiador chileno Gonzalo Bulnes, quien dice:
“La campaña de Canto fue un desastre. Emprendida en el concepto de ganarse la
simpatía de la sierra y de privar de nuevos soldados al ejército de Cáceres, lo
que se consiguió fue estimular un levantamiento de odios implacables y dar a
Cáceres un poderoso concurso de hombres”. Esta cita es un claro reconocimiento
a la estrategia del general Cáceres.
Para Chile la guerra había terminado con la toma de Lima;
sin embargo, por los resultados del 9 de julio en Marcavalle, Pucará y
Concepción, en el congreso chileno Vicuña Mackenna planteaba la desocupación de
Lima, el presidente Domingo Santa María era partidario de abandonar Lima y
retirar las fuerzas de ocupación hasta la línea de Sama.
Pese a que no se había podido evitar la fuga del
ejército chileno por el puente de La Oroya, la Contraofensiva del Ejército del
Centro fue un rotundo éxito, quedando el departamento de Junín libre de las
fuerzas invasoras, que fueron perseguidas hasta la costa en su desastrosa fuga.
El Holocausto de Huamachuco
Al año siguiente, el 10 de julio, ese ejército
triunfante en la sierra central va a sufrir en Huamachuco un espantoso revés.
La tenaz lucha, dice Basadre, tuvo lugar en la llanura del Purrubamba que tiene
cinco kilómetros de este a oeste y dos y medio de norte a sur, medidos entre
las cumbres del Sazón y del Cuyurga. “Después de cuatro horas –continúa-, las huestes
de Cáceres eran dueñas del llano y se hallaban al pie de las pendientes del
Sazón… Los peruanos palparon la inminencia de la victoria”. “Fue imposible -dice
el general Cáceres- contener a muchos de nuestros valientes soldados que,
enardecidos y alentados por haber hecho retroceder repetidas veces a los
chilenos, se lanzaron impremeditadamente sobre el cerro que ellos ocupaban,
trepando con firmeza y serenidad a pesar del mortífero fuego que les hacían de
sus atrincheramientos…; su caballería se esforzaba en contener a parte de sus
infantes que huían en completa dispersión y los más esforzados de los nuestros
casi se confundían en las cimas del cerro con sus enemigos, cuando
repentinamente retrocedieron desde esa altura gritando ¡municiones! ¡municiones!”
Cinco horas de combate habían consumido los
pertrechos peruanos y a esta carencia se unía la falta de bayonetas para el
choque cuerpo a cuerpo. Los chilenos emprendieron un contraataque a la bayoneta,
reforzado por la caballería. Los infantes peruanos a culatazos no pudieron contener
la superioridad chilena. El ejército peruano tuvo una pérdida cuantiosa de
jefes, oficiales y soldados. Todos los prisioneros fueron fusilados. El
“repase” o ultimación de los heridos fue total. “Yo mismo –dice el general
Cáceres- me lancé con mi escolta a contener a los dispersos, y, lejos de
conseguirlo, fui atacado por la infantería chilena. Mi escolta fue destrozada,
y luego me vi envuelto por jinetes chilenos a punto de caer prisionero.
Completamente solo me abrí paso entre el enemigo y pude alejarme rápidamente
gracias a la agilidad de mi caballo (el “Elegante”).” “La persecución
emprendida por los chilenos, tras la batalla duró varios días. Luego ya no fue
una persecución… sino que se convirtió en una inhumana cacería de hombres.
Piquetes de caballería chilena, guiados por los adictos de Montán, recorrieron
las chozas y las cabañas de las aldeas y caseríos vecinos asesinando a
oficiales y soldados que habíanse cobijado en ellos.”
“Las autoridades iglesistas festejaron jubilosas la
victoria de los chilenos. Iglesias mandó una comisión especial a Huamachuco
para felicitar en su nombre a Gorostiaga”. Mas, esta derrota no fue aceptada
por Cáceres como el final de la campaña, y mientras se dirigía hacia el centro
se detuvo en el pueblo de Mollepata el 12 de julio, para lanzar una proclama
que anunciaba proseguir la lucha contra el invasor. “Aunque… el ejército de mi
mando sucumbió valerosamente en los campos de Huamachuco, me siento aún
firmemente resuelto a seguir consagrando mis fuerzas a la defensa nacional,
pues el desastre sufrido, lejos de abatir mi espíritu ha avivado, si cabe, el
fuego de mi entusiasmo”, sentenció el Héroe de la Resistencia, palabras que
según Basadre la historia del Perú debe acoger entre las más bellas que sus
páginas pueden registrar.
Y Cáceres continuó luchando, aún después del írrito
tratado de Ancón, aceptado por el traidor Iglesias. De no haber sido por esta
precipitación, otro habría sido el resultado de la guerra, porque los soldados
de Urriola, en 1883, pudieron fugar
protegidos por los terratenientes y sectores de poder del centro del país.
“La Resistencia de la Breña… Constituye el capítulo
más brillante del acaecer histórico peruano –dice Ángeles Caballero-, porque
aquella resistencia salvó incólume el honor y la dignidad nacionales, lanzando
como un solo puño la unidad de los breñeros, colosos andinos que vengaron la
ofensa, el escarnio, el atropello inaudito, para elevar su heroísmo a la cima
de la gloria.”
Uno de los fundadores de la Orden de la Legión
Mariscal Cáceres, el Dr. Pablo Macera, asegura que “La Resistencia de Cáceres
consiguió durante un breve momento y en un territorio determinado crear una
causa común. Para conseguirla, Cáceres buscó el apoyo de algunas fracciones de
la clase dirigente peruana; pero, fundamentalmente, basó su acción en las masas
campesinas.” Cita una carta de Cáceres en la que éste reconoce “que en la peor
hora de su infortunio el Perú había encontrado sus mejores defensores en el
corazón generoso de los pueblos; de ese mismo pueblo a quien se tildaba de
masas inconcientes”.
En el Parte Oficial sobre los Combates de
Marcavalle, Pucará, Concepción y San Juan Cruz, el Mariscal Cáceres dice: “el
ejército de línea es digno de todo elogio por la moralidad observada y el
sufrimiento y resignación soportados con abnegación en esta ruda campaña; pero
muy en especial debo llamar la atención del supremo gobierno el levantamiento
en masa y espontáneo de todos los indígenas del departamento de Junín y
Huancavelica prestando con su concurso valiosos servicios.”
Cáceres “solo hizo la tarea de muchos hombres –dice
Basadre- Fue como la proa de una nave que caminara aunque fuese mutilada. Los
harapos de sus soldados brillaban como una bandera al sol. Parecía este puñado
de hombres llevar la patria en brazos. Y hubo momentos en que pudo decirse que
en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres.”
El Mariscal Cáceres tiene el inmenso valor histórico de
haber transformado el caudal de la decisión popular de combate en disciplina y
organización. Debemos, por eso, aquilatar el mensaje de este excepcional
soldado que cumplió con su deber en forma extraordinaria, señalando el camino
que el Perú debe seguir.
Esta guerra, fue muy bien planificada en Chile, con
la finalidad de destruir totalmente al Perú. Lo certifican diversos documentos
publicados, como los siguientes, en el diario de Santiago “El Ferrocarril”: “Dejar
al Perú militarmente desarmado es poca garantía. Es menester empobrecerlo en
sus industrias, escarmentarlo en sus soldados y en las fortunas de sus
ciudadanos.” En el mismo diario se lee: “Ni una choza debe quedar en pie
estando al alcance de nuestra artillería naval. Nuestros buques deben sembrar
por todas partes la desolación y el espanto… Es necesario que la muerte y la
destrucción ejercidas sin piedad en los hogares del Perú no le deje un momento
de aliento ni respiro y que sucumba al peso de nuestra superioridad militar.” “El
Mercurio”, de Valparaíso decía con satisfacción: “Los soldados chilenos no se
satisfacen con ver muertos a sus enemigos. Creen que se hacen los muertos, y
para dejar bien muertos a los muertos, terminada la batalla, recorren el campo
y ultiman a los heridos. A este acto le dan el nombre de “repaso””. Y muchos
más. Para qué seguir con el recuento del plan de Chile contra el Perú.
Sin embargo, el mismo Pablo Macera nos informa que
la Sierra Central ha producido un arte
popular inspirado en esta guerra. Recuerda que Jorge Basadre dijo en una
oportunidad que esa creatividad estaba directamente asociada con la Campaña de
Cáceres y más precisamente con la movilización popular que esa Campaña ocasionó.
Gracias a la Campaña de Cáceres, la guerra con Chile fortaleció identidades
regionales y dio motivo a su capacidad artística y necesidad de expresarlo,
quedando registradas principalmente en los mates burilados de Mayocc y Huanta y
en los bordados y danzas de Huancayo y Jauja. Las poblaciones del valle del Mantaro
recuerdan la guerra con alegría a través de un arte hecho de danzas, música,
máscaras, vestidos y disfraces. Para demostrarlo, allí están la “Macctada” o “Tropa
de Cáceres” del valle de Yanamarca, los “Avelinos” de San Jerónimo de Tunán,
los “Awkish” de Manzanares, Huachac y Chambará, el “Awkish Capitán” de
Huaripampa, los “Montoneros” de Matahuasi, entre otras, todas estas
manifestaciones expresan las huellas dejadas por la guerra con Chile.
Para terminar, veamos un hecho reciente. El 19 de
junio último, el semanario “Hildebrandt en sus trece” consigna la versión
chilena del combate de Concepción (batalla de La Concepción como llaman los chilenos),
extraída de un libro publicado el 2011 con el título “Ignacio Carrera Pinto: el
héroe”, escrito por los historiadores chilenos Julio Miranda Espinoza y Pedro
Hormazábal Espinoza. Pese a que ha sido escrito hace recién cuatro años
sorprende el trato a los combatientes de la resistencia peruana de odiosos y
salvajes, destila en sus páginas racismo y desprecio por los cholos e indios;
por el contrario, elevan a la categoría de héroes a una banda de invasores de
un país ajeno. Manchan la honra del coronel Gastó, cuando dicen “da
autorización de saqueo a los serranos que profanaron, mutilaron y se llevaron
cuanto pudieron”, cuando este buen militar, más bien, evitó los desmanes que se
hubieran producido después del éxito del combate. El relato parece que repitiera
la historia novelada de Jorge Inostrosa, no hablan del infame comportamiento de
estos asaltantes y violadores, de los múltiples abusos que cometieron y repiten
pasajes de novela como el invento de pedido de rendición con la participación
incluso de una dama. El odio y envidia de Chile contra el Perú sigue igual, no
ha cambiado y no cambiará nunca. El Perú debe entenderlo así, si no quiere otro
“autogol”, porque según Macera “La Guerra con Chile fue un autogol del Perú”,
citado en el prólogo de la obra de Manrique.
Lima, 7 de julio de 2015.
CPP. Lope Yupanqui Callegari