viernes, 24 de julio de 2015

El tren debe circular todos los días

El tren de pasajeros debe circular todos los días,
es la alternativa para el transporte en el país

En Europa como en Norteamérica el transporte ferroviario, tanto de pasajeros como de carga, es lo más económico y seguro. Por esta simple razón, no nos explicamos por qué los sucesivos gobiernos del Perú tienen en desuso la infraestructura vial del ex Ferrocarril Central del Perú, y peor aún que no dediquen esfuerzos para la construcción de nuevas vías férreas, que enlacen más pueblos del interior del país, llevando progreso y acrecentando el turismo en todas sus formas.
            El trazo y construcción del Ferrocarril Central es una proeza de la ingeniería; sin embargo, el Perú se da el lujo de no darle la importancia debida. No ha habido en el mundo, hasta hace muy poco, una vía férrea que se eleve a alturas extraordinarias, recorriendo un territorio tan accidentado como el nuestro. Viajar por la ruta Lima-Huancayo, que podría llamarse la ruta del vértigo, es por demás emocionante, ver la variedad natural de los paisajes, las inmensas y abruptas cumbres rocosas cubiertas de nieve que reflejan la blancura crepuscular de los andes, donde se aprecia con total nitidez la limpieza del cielo azul. Todo es alucinante.
            Los que hemos viajado alguna vez en tren por el Ferrocarril Central del Perú, recordamos que partiendo de la estación de Desamparados, el recorrido es tranquilo hasta Chosica, de allí el panorama se angosta y lentamente el tren empieza a ascender hasta llegar a quebradas vertiginosas en las que abundan rocas afiladas, como en la zona del “Infiernillo”, desfiladeros que conducen por 58 puentes y 69 túneles, la subida en zigzag por tales pendientes nos hace meditar en la trascendencia de esta obra maestra, que llega al punto más alto en Ticlio, a 4818 m.s.n.m., en la cima de la Cordillera de los Andes, hasta hace poco el punto ferroviario más alto del mundo. Ahora el ferrocarril Qinghai – Tibet sube hasta los 5,000 msnm.
            Descender en Galera, casi al pie del monte Meiggs, y Chinchán, la estación  donde se encontraban y cruzaban los trenes de subida y de bajada, para luego llegar a La Oroya. De allí el tren sigue su recorrido por un paso estrecho y plano, por las riberas del río Mantaro para, finalmente, arribar a la “Incontrastable” ciudad de Huancayo, pasando antes por Jauja, la primera capital del Perú, extasiándose con la contemplación de la belleza del valle del Mantaro.
            Vista la situación actual del transporte en el país, con la carretera central colapsada, la alternativa que tiene el Perú es volver al tren diario de pasajeros, y de carga naturalmente. Esto es un clamor de todos los pueblos. No se puede olvidar: habían dos trenes, el primero que saliendo de Lima a las siete de la mañana llegaba a Huancayo a las tres de la tarde, porque ese tren era “el rápido” que no paraba en todas las estaciones, y el segundo, saliendo a la misma hora llegaba a las cinco y treinta de la tarde, éste sí paraba en todas las estaciones. Conviene evocar también, con nostalgia y alegría, que en épocas de lluvias y cuando se producían derrumbes los trenes llegaban más tarde, incluso en horas de la noche, estos retrasos daban ocasión a que los que iban a esperar el tren, porque llegaba algún familiar o conocido, o por comprar el diario o pescado que los trabajadores del tren traían, o simplemente por saber alguna novedad o curiosidad, el escenario era propicio para el reencuentro de amigos, muchos de los cuales aprovechaban el momento para dedicarlos a tiernos coloquios de amor.
Ir a la estación a la hora en que pasaba el tren era costumbre, porque en cada parada el tren convocaba a una gran cantidad de gente que se convertía prácticamente en una feria, donde se ofrecían y expendían productos propios de cada lugar, que los pasajeros los adquirían.
Hasta este punto del relato se trata del ferrocarril administrado por la empresa The Peruvian Corporation Ltd., que operó en el Perú desde 1890 hasta 1972, año en el que el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, presidido por el general Juan Velasco Alvarado, creó la Empresa Nacional de Ferrocarriles, ENAFER Perú, que inició sus operaciones el 1º de enero de 1973. Ese mismo año la empresa adquirió nuevas locomotoras, material rodante, rieles y otros implementos, que pusieron el servicio en óptimas condiciones, Velasco no se había equivocado, el estudio sobre la rentabilidad de las vías férreas del país realizado por la compañía francesa Sofresrail era correcto. Pero a partir de 1980 comienza la decadencia debido al terrorismo, pero sobre todo por al alza de la tarifa del transporte como respuesta a la superinflación que sufría el Perú bajo el gobierno del señor García. En 1990, tras un período desastroso y cuando surge la fiebre privatizadora del siguiente régimen se cancela el servicio de pasajeros y en julio de 1999 ENAFER cierra sus operaciones. En setiembre del mismo año pasa a manos de la empresa Ferrovías Central Andina S.A., de la compañía de Juan de Dios Olaechea, en concesión por 30 años.
En la actualidad, esta empresa hace servicio Lima – Huancayo de vez en cuando, sólo para turistas. Saliendo de la estación de Desamparados, el viaje demora de 13 a 14 horas, para este año tiene programado sólo cinco viajes, el 2014 hizo seis. Lo que el país necesita y espera con ansias es que vuelva a correr el tren todos los días, tanto para pasajeros como para carga. La colapsada carretera central y los frecuentes accidentes que ocurren obligan a los entes correspondientes a pensar en serio para resolver el problema del transporte y, en consecuencia, a reinstaurar el servicio ferrocarrilero a diario. Pensemos en los intereses de la colectividad en general, no sólo en los intereses de las empresas del transporte carretero.

Lima, 24 de julio de 2015.
CPP. Lope Yupanqui Callegari


lunes, 13 de julio de 2015

11 de julio de 1882

Rescate de una Efemérides

El 11 de julio de 1882, sucedió en el pueblo de Matahuasi, provincia de Concepción, departamento de Junín, un hecho sangriento, como todos los que protagonizó el ejército chileno a lo largo de la Guerra del Guano y el Salitre, hecho silenciado por la historia por más de cien años. Parece que ningún historiador peruano, excepto el mayor Eduardo Mendoza, le dio importancia; en cambio, el chileno Jorge Inostroza en su libro “Adiós al Séptimo de Línea” (1) lo cuenta detalladamente. Después de cumplir la macabra tarea de vengar la bien merecida muerte del destacamento chileno acuartelado en Concepción, el ejército reemprendió la retirada, pero aún le faltaba la destrucción del pueblo. A continuación tomamos textualmente del mencionado libro:

“-Coronel Robles -gruñó Del Canto-, destaque una compañía de su cuerpo para que incendie inmediatamente todas las casas de La Concepción.”

“Poco antes del mediodía -11 de julio- la columna expedicionaria volvió a ponerse en marcha. Extendida en más de diez kilómetros, iba serpenteando lentamente por el camino que contorneaba los cerros. Detrás de la retaguardia, en la hondonada donde yacía La Concepción, surgían decenas de penachos de humo, que al elevarse por la atmósfera diáfana se fundían en una sola columna. Eran las casas del pueblo del sacrificio ardiendo en su totalidad.”

“Los ardores del batallón “Chacabuco” no se calmaron por el hecho de haber sido trasladados a la cabeza de la columna. Lejos de eso, su rabioso encono pronto encontró cauces por donde desbordarse. El coronel Del Canto no tardó en tener noticias de ello.” 

“Se acercaban al poblado de Matahuasi, cuando el repique seco de nutrida fusilería repercutió entre las montañas que encierran al valle. El jefe de la división detuvo su caballo de un golpe al oír los estampidos.
     -¿Y esas descargas qué significan? –gritó, sospechando lo que ocurría-. ¡Ayudante Villota, corra a la vanguardia y averigüe qué pasa!”
     “El batallón “Chacabuco” se había adelantado impetuosamente y entró a Matahuasi al mismo tiempo que los exploradores. La tropa encontró allí a un grupo de montoneros armados que no había tenido tiempo de huir y los acribilló a balazos, llenándolos de plomo. No saciados con eso, sacaron de sus casas a todos los pobladores varones y los fusilaron en el instante mismo. Fueron cuarenta los que cayeron pasados por las armas. Antes de que el coronel Del Canto pudiera intervenir, prendieron fuego al pueblo y lo convirtieron en una hoguera.”
     “El jefe de la división se tragó sus objeciones sobre aquel abuso de facultades en que habían caído los jefes del “Chacabuco”. Trató de convencerse a sí  mismo diciéndose que los chacabucos tenían motivos sobrados para estar tan rabiosos y tomarse una venganza tremenda. En consecuencia, cerró los ojos y los dejó continuar en la vanguardia.” (Hasta aquí la cita).

En lo que acabamos de ver, podemos entender que la masacre fue mucho más atroz, porque quien lo dice es un chileno, que deliberadamente esconde los más horrendos crímenes de sus connacionales. No es que los cuarenta montoneros no habían tenido tiempo de huir, sino que a sabiendas y conociendo su precaria situación salieron para hacerles frente, pero la inmensa superioridad en número y armamento hizo que rápidamente fueran acribillados. Luego dice que “sacaron de sus casas a todos lo pobladores varones…” Eso tampoco se puede creer, puesto que la orden de Del Canto era degüello general sin dejar con vida a nadie, y lo cumplieron al pie de la letra. El propio jefe de la división reconoce “aquel abuso de facultades” que perpetraron ante una indefensa población, y tratando de justificar tamaños desmanes se dijo asimismo “que los chacabucos tenían motivos sobrados para estar tan rabiosos y tomarse una venganza tremenda.” Entonces, pues, el asesinato de la población fue total e indiscriminado.

Ahora bien, ¿qué motivó a los matahuasinos para tomar esa decisión? Sabían que el ejército chileno tenía que pasar necesariamente por su pueblo,  sabían también que era inmensamente superior en número y armamento, equipamiento y organización. Conocían de los crímenes, latrocinios y violaciones que cometían los chilenos en todos los pueblos invadidos y lo que habían hecho de Concepción el día anterior; lo sabían muy bien, porque algunos de ellos eran sobrevivientes de esa acción. Matahuasi todavía no era distrito, era anexo de Apata, pero entendía perfectamente que era necesario detener al enemigo para que el ejército de Cáceres que venía atrás, en persecución, pudiera alcanzarlo. Tomada la decisión, seguramente contaron a sus efectivos, sumaban 40 los montoneros armados, pero cuáles eran sus armas: hondas, piedras, palos, rejones y algunas escopetas, y así se enfrentaron, y fueron ellos los primeros en caer fulminados por el fuego enemigo; luego, siguió la masacre, y de qué manera, sacaron  de sus casas a todos los pobladores del pueblo, sin respetar sexo ni edad, y los fusilaron al instante mismo y, finalmente, el pequeño pueblo fue saqueado y entregado a las llamas. Era mediodía, sólo se salvaron los que habían ido a trabajar a sus chacras.

Cómo no recordar y admirar el gesto de esa pléyade de patriotas, que en acto similar a la defensa del Morro de Arica, ante la intimidación chilena de rendirse y entregar la plaza, Bolognesi prefirió luchar hasta quemar el último cartucho; aquí sucedió algo parecido, sabiendo que no tenían ninguna posibilidad de éxito, prefirieron pelear y entregar sus vidas por defender sus tierras, lo que siempre les perteneció y el honor mancillado por la horda araucana. Por eso es que la Asociación Cultural Matahuasi y la Municipalidad distrital han levantado un monumento en homenaje a los Combatientes Matahuasinos de la Guerra con Chile, para perennizar su memoria y tenerlos siempre en la mente y en el corazón a ese conglomerado anónimo que, en las horas más aciagas de la patria, ante el llamado  del Vencedor de Tarapacá y Héroe de la Resistencia, el Taita Cáceres, no vacilaron en enrolarse en las filas de la contienda y escribir con sus actos páginas de gloria en nuestra historia

Desde la década de 1960, veníamos informando sobre estos sucesos a través del boletín “El Níspero”, la revista “Eco Andino” y otros medios, pero cuando en 1998 se fundó la “Asociación Cultural Matahuasi”, formada por matahuasinos residentes en Lima, presidida por el autor de estas líneas, solicitamos al alcalde, por entonces Hugo Sotil, la realización de un conversatorio, para informar a las autoridades, ciudadanía, profesores y alumnos del quinto de secundaria, la participación de Matahuasi en la Guerra con Chile. El exalcalde provincial, Prof. Teodomiro Román Rodríguez, a la sazón presidente de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres Filial de Concepción, fue invitado para dar una visión de conjunto sobre la guerra de conquista que desató Chile con la ayuda de Inglaterra contra del Perú, y quien escribe estas líneas expuso sobre la participación de Matahuasi en esa hecatombe. El evento histórico cultural se realizó con éxito el 28 de abril del 2000, dando como resultado la expedición de un decreto municipal oficializando el 11 de Julio como Día Cívico Patriótico en toda la jurisdicción del distrito y disponiendo que los centros educativos incluyeran en sus calendarios la fecha de esta nueva efemérides para que recuerden todos los años el sacrificio de nuestros padres, y que el Concejo Municipal fuera la entidad que encabece la conmemoración anual en acto público con desfile y otras actividades.

El 20 de enero del 2004 se inauguró el Monumento a los Combatientes Matahuasinos de la Guerra con Chile, construido en la Plaza Mayor del distrito por la Asociación Cultural Matahuasi, siendo alcalde Wilson Chávez. En el mismo acto se develó el busto del soldado Lorenzo Yupanqui, muerto heroicamente en la batalla de Huamachuco del 10 de julio de 1883. De este modo la Asociación Cultural rescató del olvido la fecha del 11 de Julio, día  en que el pueblo de Matahuasi, en 1882, durante la Campaña de la Resistencia enarbolada por el ínclito Mariscal Andrés Avelino Cáceres, se inmoló en aras de la Patria y el Honor Nacional.

(1)  INOSTROZA C. Jorge, Adiós al Séptimo de Línea, Tomo V, 8va. Ed., Santiago de Chile, 1955, p. 264 - 265.

CPP. Lope Yupanqui Callegari


sábado, 11 de julio de 2015

Marcavalle, Pucará, Concepción y Huamachuco

La Orden de la Legión Mariscal Cáceres recordó el 
133º Aniversario de las Batallas de Marcavalle, Pucará y 
Concepción y el 132º del holocausto de Huamachuco

Agradezco al General Presidente de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres el honor de permitirme hacer uso de la palabra en esta ocasión en que conmemoramos un aniversario más de las triunfantes batallas de Marcavalle, Pucará y Concepción y el holocausto de Huamachuco, hechos acaecidos durante la gloriosa Campaña de la Breña, conducida magistralmente por el entonces General Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.
Sabemos que fracasadas la Campaña Naval y la Campaña Terrestre del Sur, la guerra de Chile contra el Perú iniciada el 5 de abril de 1879 llega a la capital de la República y tras los desastres de San Juan y Miraflores el dictador Nicolás de Piérola abandona Lima el mismo 15 de enero de 1881, mientras Chorrillos, el Barranco y Miraflores se consumían en llamas.           
Para Piérola y sus partidarios la guerra había terminado con la ocupación de Lima por los chilenos, mientras que para el General Cáceres era perfectamente viable emprender la resistencia en otro escenario, mediante una guerra de desgaste, porque en sus planes estaba lograr el triunfo o, por lo menos, crear las condiciones para negociar una paz aceptable y honrosa.
Cuando en abril de 1881 el general Cáceres se hace cargo de las operaciones, en el centro del país no había ejército y las guerrillas que existían habían surgido por iniciativa de vecinos entusiastas sin ningún apoyo de Piérola. En estas condiciones se llega a 1882, y después de vencer los embates de la naturaleza en Julcamarca y en Acuchimay el levantamiento de Arnaldo Panizo, el general Cáceres avanza con los preparativos y adiestramiento del Ejército del Centro, los pobladores se alistan para la lucha, la decisión de combatir se alimentaba con la evocación de la participación de los contingentes serranos en la defensa de Lima, el relato de los sobrevivientes de San Juan y Miraflores era la mejor propaganda que avivaba el patriotismo.
En las principales ciudades del centro del país se habían instalado las fuerzas de ocupación comandadas por el coronel Estanislao Del Canto. Para el sostenimiento contaban con los recursos del lugar, que lo conseguían mediante el saqueo y el robo, la imposición de cupos en dinero y otras especies. Virgilio Roel Pineda, dice: “El robo y el saqueo fueron una práctica que se impuso en el ejército chileno de una forma tal, que el procedimiento se utilizó como un señuelo ante la soldadesca: se le ofreció a los soldados, como atractivo, que ejercerían la práctica bárbara y bestial del saqueo, y como gran parte de sus tropas provenía del hampa o tenía mentalidad delincuencial, se lanzaron a la guerra esperando el momento de asaltar, robar, violar, destruir y asesinar. Por supuesto que los mandos cumplieron casi siempre su promesa de dar libre curso al saqueo…”
Esta práctica agravaba la precaria situación de los pobladores, más la actitud profundamente racista contra los indígenas, fueron creando las condiciones para la reacción generalizada de las comunidades en el mes de abril de 1882. “La insurrección de abril –dice Nelson Manrique- fue una movilización de masas de la cual sólo por excepción se conocen algunos nombres, mientras que la inmensa mayoría de los heroicos combatientes permanecen en el anonimato… El gran protagonista de la resistencia guerrillera del valle del Mantaro fue, pues, el campesinado indígena de las comunidades, quien tuvo la iniciativa y llevó el peso de las acciones sobre sus hombros”.
A fines de mayo, el general Cáceres consideró que las fuerzas que había organizado en Ayacucho estaban ya en condiciones de entrar en campaña y, al mismo tiempo, los pobladores reclamaban su presencia para desalojar a los invasores chilenos, que habían convertido la vida de inermes y pacíficos agricultores en una situación insoportable. El conductor de la resistencia inicia, entonces,

La Gloriosa Contraofensiva del Ejército del Centro.

El plan concebido por el general Cáceres consistía en lanzar un asalto simultáneo contra tres objetivos vitales: el primero era cortar el puente de La Oroya para impedir la fuga de los chilenos con dirección a Lima, su ejecución fue encargada a una columna al mando del coronel Máximo Tafur. La segunda columna, al mando del coronel Juan Gastó, debía marchar por el flanco oriental del valle para unirse con el contingente de Comas y atacar a la guarnición chilena acuartelada en Concepción. Y la tercera columna formada por el grueso del Ejército al mando del propio general Cáceres, que debía marchar sobre las posiciones de Marcavalle y Pucará empujando a las fuerzas chilenas hacia el norte, y todas las guerrillas de uno y otro lado del valle del Mantaro cooperarían con las operaciones del Ejército. 
La misión de volar el puente de La Oroya no se cumplió debido a que por falta de coordinación los guerrilleros de Chacapalpa atacaron antes del día fijado y, por desgracia, fueron rechazados, quedando las fuerzas enemigas a salvo.
El general Cáceres, en cambio,  con el grueso del ejército, en la madrugada del glorioso 9 de julio, el batallón Tarapacá inició las acciones, trabando combate con las avanzadas chilenas de Marcavalle haciendo que se replegaran a Pucará, de donde también fueron desalojados, huyendo a Sapallanga y luego a Huancayo. El triunfo del Ejército del Centro resultó contundente e indiscutible.
Ese mismo 9 de julio por la tarde, la columna del coronel Juan Gastó y las fuerzas de Ambrosio Salazar, que comandaba el contingente de Comas y Andamarca, atacaron al destacamento chileno acuartelado en Concepción y luego de un feroz combate que duró 17 horas, hasta la mañana del 10 de julio, dieron muerte a todos los integrantes de ese indeseable destacamento chileno. En Concepción se encontraba la cuarta compañía del escuadrón Chacabuco, al mando del teniente Ignacio Carrera Pinto. En esta compañía habían algunos que eran gente distinguida: Ignacio Carrera Pinto era sobrino del presidente Aníbal Pinto, Julio Montt Salamanca era hijo del ministro de Guerra, Arturo Pérez Canto era sobrino del coronel Estanislao Del Canto, Luis Cruz Martínez era también de ascendencia ilustre.
Lo ocurrido en Concepción provocó una gran conmoción en Chile. Jorge Basadre cita al historiador chileno Gonzalo Bulnes, quien dice: “La campaña de Canto fue un desastre. Emprendida en el concepto de ganarse la simpatía de la sierra y de privar de nuevos soldados al ejército de Cáceres, lo que se consiguió fue estimular un levantamiento de odios implacables y dar a Cáceres un poderoso concurso de hombres”. Esta cita es un claro reconocimiento a la estrategia del general Cáceres.
Para Chile la guerra había terminado con la toma de Lima; sin embargo, por los resultados del 9 de julio en Marcavalle, Pucará y Concepción, en el congreso chileno Vicuña Mackenna planteaba la desocupación de Lima, el presidente Domingo Santa María era partidario de abandonar Lima y retirar las fuerzas de ocupación hasta la línea de Sama.
Pese a que no se había podido evitar la fuga del ejército chileno por el puente de La Oroya, la Contraofensiva del Ejército del Centro fue un rotundo éxito, quedando el departamento de Junín libre de las fuerzas invasoras, que fueron perseguidas hasta la costa en su desastrosa fuga.

El Holocausto de Huamachuco

Al año siguiente, el 10 de julio, ese ejército triunfante en la sierra central va a sufrir en Huamachuco un espantoso revés. La tenaz lucha, dice Basadre, tuvo lugar en la llanura del Purrubamba que tiene cinco kilómetros de este a oeste y dos y medio de norte a sur, medidos entre las cumbres del Sazón y del Cuyurga. “Después de cuatro horas –continúa-, las huestes de Cáceres eran dueñas del llano y se hallaban al pie de las pendientes del Sazón… Los peruanos palparon la inminencia de la victoria”. “Fue imposible -dice el general Cáceres- contener a muchos de nuestros valientes soldados que, enardecidos y alentados por haber hecho retroceder repetidas veces a los chilenos, se lanzaron impremeditadamente sobre el cerro que ellos ocupaban, trepando con firmeza y serenidad a pesar del mortífero fuego que les hacían de sus atrincheramientos…; su caballería se esforzaba en contener a parte de sus infantes que huían en completa dispersión y los más esforzados de los nuestros casi se confundían en las cimas del cerro con sus enemigos, cuando repentinamente retrocedieron desde esa altura gritando ¡municiones! ¡municiones!”
Cinco horas de combate habían consumido los pertrechos peruanos y a esta carencia se unía la falta de bayonetas para el choque cuerpo a cuerpo. Los chilenos emprendieron un contraataque a la bayoneta, reforzado por la caballería. Los infantes peruanos a culatazos no pudieron contener la superioridad chilena. El ejército peruano tuvo una pérdida cuantiosa de jefes, oficiales y soldados. Todos los prisioneros fueron fusilados. El “repase” o ultimación de los heridos fue total. “Yo mismo –dice el general Cáceres- me lancé con mi escolta a contener a los dispersos, y, lejos de conseguirlo, fui atacado por la infantería chilena. Mi escolta fue destrozada, y luego me vi envuelto por jinetes chilenos a punto de caer prisionero. Completamente solo me abrí paso entre el enemigo y pude alejarme rápidamente gracias a la agilidad de mi caballo (el “Elegante”).” “La persecución emprendida por los chilenos, tras la batalla duró varios días. Luego ya no fue una persecución… sino que se convirtió en una inhumana cacería de hombres. Piquetes de caballería chilena, guiados por los adictos de Montán, recorrieron las chozas y las cabañas de las aldeas y caseríos vecinos asesinando a oficiales y soldados que habíanse cobijado en ellos.”
“Las autoridades iglesistas festejaron jubilosas la victoria de los chilenos. Iglesias mandó una comisión especial a Huamachuco para felicitar en su nombre a Gorostiaga”. Mas, esta derrota no fue aceptada por Cáceres como el final de la campaña, y mientras se dirigía hacia el centro se detuvo en el pueblo de Mollepata el 12 de julio, para lanzar una proclama que anunciaba proseguir la lucha contra el invasor. “Aunque… el ejército de mi mando sucumbió valerosamente en los campos de Huamachuco, me siento aún firmemente resuelto a seguir consagrando mis fuerzas a la defensa nacional, pues el desastre sufrido, lejos de abatir mi espíritu ha avivado, si cabe, el fuego de mi entusiasmo”, sentenció el Héroe de la Resistencia, palabras que según Basadre la historia del Perú debe acoger entre las más bellas que sus páginas pueden registrar.
Y Cáceres continuó luchando, aún después del írrito tratado de Ancón, aceptado por el traidor Iglesias. De no haber sido por esta precipitación, otro habría sido el resultado de la guerra, porque los soldados de Urriola, en 1883,  pudieron fugar protegidos por los terratenientes y sectores de poder del centro del país.
“La Resistencia de la Breña… Constituye el capítulo más brillante del acaecer histórico peruano –dice Ángeles Caballero-, porque aquella resistencia salvó incólume el honor y la dignidad nacionales, lanzando como un solo puño la unidad de los breñeros, colosos andinos que vengaron la ofensa, el escarnio, el atropello inaudito, para elevar su heroísmo a la cima de la gloria.”
Uno de los fundadores de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres, el Dr. Pablo Macera, asegura que “La Resistencia de Cáceres consiguió durante un breve momento y en un territorio determinado crear una causa común. Para conseguirla, Cáceres buscó el apoyo de algunas fracciones de la clase dirigente peruana; pero, fundamentalmente, basó su acción en las masas campesinas.” Cita una carta de Cáceres en la que éste reconoce “que en la peor hora de su infortunio el Perú había encontrado sus mejores defensores en el corazón generoso de los pueblos; de ese mismo pueblo a quien se tildaba de masas inconcientes”.
En el Parte Oficial sobre los Combates de Marcavalle, Pucará, Concepción y San Juan Cruz, el Mariscal Cáceres dice: “el ejército de línea es digno de todo elogio por la moralidad observada y el sufrimiento y resignación soportados con abnegación en esta ruda campaña; pero muy en especial debo llamar la atención del supremo gobierno el levantamiento en masa y espontáneo de todos los indígenas del departamento de Junín y Huancavelica prestando con su concurso valiosos servicios.”
Cáceres “solo hizo la tarea de muchos hombres –dice Basadre- Fue como la proa de una nave que caminara aunque fuese mutilada. Los harapos de sus soldados brillaban como una bandera al sol. Parecía este puñado de hombres llevar la patria en brazos. Y hubo momentos en que pudo decirse que en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres.”
El Mariscal  Cáceres tiene el inmenso valor histórico de haber transformado el caudal de la decisión popular de combate en disciplina y organización. Debemos, por eso, aquilatar el mensaje de este excepcional soldado que cumplió con su deber en forma extraordinaria, señalando el camino que el Perú debe seguir.
Esta guerra, fue muy bien planificada en Chile, con la finalidad de destruir totalmente al Perú. Lo certifican diversos documentos publicados, como los siguientes, en el diario de Santiago “El Ferrocarril”: “Dejar al Perú militarmente desarmado es poca garantía. Es menester empobrecerlo en sus industrias, escarmentarlo en sus soldados y en las fortunas de sus ciudadanos.” En el mismo diario se lee: “Ni una choza debe quedar en pie estando al alcance de nuestra artillería naval. Nuestros buques deben sembrar por todas partes la desolación y el espanto… Es necesario que la muerte y la destrucción ejercidas sin piedad en los hogares del Perú no le deje un momento de aliento ni respiro y que sucumba al peso de nuestra superioridad militar.” “El Mercurio”, de Valparaíso decía con satisfacción: “Los soldados chilenos no se satisfacen con ver muertos a sus enemigos. Creen que se hacen los muertos, y para dejar bien muertos a los muertos, terminada la batalla, recorren el campo y ultiman a los heridos. A este acto le dan el nombre de “repaso””. Y muchos más. Para qué seguir con el recuento del plan de Chile contra el Perú.
Sin embargo, el mismo Pablo Macera nos informa que la Sierra Central  ha producido un arte popular inspirado en esta guerra. Recuerda que Jorge Basadre dijo en una oportunidad que esa creatividad estaba directamente asociada con la Campaña de Cáceres y más precisamente con la movilización popular que esa Campaña ocasionó. Gracias a la Campaña de Cáceres, la guerra con Chile fortaleció identidades regionales y dio motivo a su capacidad artística y necesidad de expresarlo, quedando registradas principalmente en los mates burilados de Mayocc y Huanta y en los bordados y danzas de Huancayo y Jauja. Las poblaciones del valle del Mantaro recuerdan la guerra con alegría a través de un arte hecho de danzas, música, máscaras, vestidos y disfraces. Para demostrarlo, allí están la “Macctada” o “Tropa de Cáceres” del valle de Yanamarca, los “Avelinos” de San Jerónimo de Tunán, los “Awkish” de Manzanares, Huachac y Chambará, el “Awkish Capitán” de Huaripampa, los “Montoneros” de Matahuasi, entre otras, todas estas manifestaciones expresan las huellas dejadas por la guerra con Chile.
Para terminar, veamos un hecho reciente. El 19 de junio último, el semanario “Hildebrandt en sus trece” consigna la versión chilena del combate de Concepción (batalla de La Concepción como llaman los chilenos), extraída de un libro publicado el 2011 con el título “Ignacio Carrera Pinto: el héroe”, escrito por los historiadores chilenos Julio Miranda Espinoza y Pedro Hormazábal Espinoza. Pese a que ha sido escrito hace recién cuatro años sorprende el trato a los combatientes de la resistencia peruana de odiosos y salvajes, destila en sus páginas racismo y desprecio por los cholos e indios; por el contrario, elevan a la categoría de héroes a una banda de invasores de un país ajeno. Manchan la honra del coronel Gastó, cuando dicen “da autorización de saqueo a los serranos que profanaron, mutilaron y se llevaron cuanto pudieron”, cuando este buen militar, más bien, evitó los desmanes que se hubieran producido después del éxito del combate. El relato parece que repitiera la historia novelada de Jorge Inostrosa, no hablan del infame comportamiento de estos asaltantes y violadores, de los múltiples abusos que cometieron y repiten pasajes de novela como el invento de pedido de rendición con la participación incluso de una dama. El odio y envidia de Chile contra el Perú sigue igual, no ha cambiado y no cambiará nunca. El Perú debe entenderlo así, si no quiere otro “autogol”, porque según Macera “La Guerra con Chile fue un autogol del Perú”, citado en el prólogo de la obra de Manrique. 
 Lima, 7 de julio de 2015.                 
CPP. Lope Yupanqui Callegari