viernes, 4 de septiembre de 2009

126º Aniversario de los combates de Acostamabo, Pampas, Huarpa, Huanta... de Setiembre de 1883.
Después del desastre de Huamachuco, Cáceres descansó unos días en Jauja –dice en sus Memorias- y luego hizo un llamamiento a las armas a los pueblos del centro para continuar la lucha contra el invasor. La derrota de Huamachuco había sido para él un acicate para seguir luchando. Lo demuestra el 12 de agosto de 1883, cuando en una nota le dice al contralmirante Montero: “¡El ejército de mi mando sucumbió valerosamente! ¡El desastre sufrido, lejos de abatir mi espíritu, ha avivado, si cabe, el fuego de mi entusiasmo!”. Palabras que, según Basadre, la historia del Perú debe acoger entre las más bellas que sus páginas pueden registrar.
Sólo un hombre como Cáceres podía en esas circunstancias sentirse firmemente resuelto a seguir consagrando sus esfuerzos a la defensa nacional. Cáceres conocía muy bien el desgaste del enemigo, por eso que no consideraba definitivamente terminada la resistencia armada. En tal virtud le hacía ver a Montero que desde el punto de vista militar y político era necesario contener el avance de las fuerzas invasoras hacia el departamento de Ayacucho y le recordaba que si bien contaba con numerosos voluntarios le faltaba las armas necesarias que le solicitaba con urgencia, para afrontar el cuarto período de la Guerra.
El coronel Martiniano Urriola, jefe de las tropas chilenas, desde Tarma marchó hacia Jauja, Huancayo y Ayacucho, con una división de 1500 hombres en persecución de Cáceres. Su objetivo en esta fase era cerrar el paso hacia el centro, para prevenir el repliegue de Montero hacia esa ruta para cuando emprendieran campaña contra Arequipa, e impedir que Cáceres pudiera reorganizar su ejército en Ayacucho, su tierra natal, donde tenía un gran apoyo, para lo cual, el jefe chileno tenía la orden de Lynch de liquidar toda resistencia y garantizar la consolidación del régimen de Iglesias, cuyas autoridades se posesionaron en muchos lugares apoyadas por las armas chilenas con la amenaza, además, de ser severamente castigados los que se opusieran a sus designios.
El llamamiento hecho por Cáceres en Jauja había producido el resultado deseado. Cuando llegó a Ayacucho ya tenía numeroso contingente y, por otra parte, las guerrillas continuaban actuando en toda la región central. En una carta enviada por el jefe chileno desde Huancayo informaba del enfrentamiento que había tenido con una fuerza guerrillera de 500 hombres en Huacrapuquio, el 12 de agosto, y la continua actividad de estas guerrillas que venían operando en Comas, Huayllabamba, Colcabamba, Pampas y Pazos, localidades situadas en los departamentos de Junín y Huancavelica, con muertos y heridos de ambos lados.
Desde que Urriola partió de Huancayo fue hostilizado en todo el trayecto por las fuerzas guerrilleras del sur de Huancayo, Huancavelica y Ayacucho que, esta vez, desplegaban un combate muy amplio, tanto contra las fuerzas chilenas como contra los iglesistas. El grado de autonomía alcanzado por las guerrillas indígenas era casi total. El saqueo de las haciendas era una cuestión agregada en rechazo al colaboracionismo de los partidarios de Iglesias.
En Colca, el jefe de una guerrilla numerosa y altamente organizada era Tomás Laimes, reconocido como general por sus huestes y que tenía como lugartenientes a los combatientes de apellidos Briceño, Vílchez y Santisteban. Las acciones de esta guerrilla estaban también dirigidas contra las propiedades de los terratenientes. Para ellos era igual combatir contra las fuerzas chilenas o contra los colaboracionistas, sus enemigos de clase.
El accionar de las guerrillas contra Urriola tenía por objeto dificultar la marcha de las fuerzas invasoras hacia el sur, para que Cáceres continuara con la organización del Ejército del Centro. Esta lucha iba incorporando nuevos medios de defensa, como reductos o trincheras hechos por el célebre Laimes para resistir a los chilenos, quienes al llegar a la región de Acostambo fueron recibidos a tiros.
La resistencia indígena mantuvo su intensidad a medida que las fuerzas chilenas avanzaban hacia el sur. El hostigamiento guerrillero era constante, recrudeciendo al acercarse a Izcuchaca. Para entrar en la zona, los soldados chilenos se vieron obligados a tomar rutas extraviadas porque tiradores bien parapetados en las alturas emboscaban los caminos. El cruce del río Mantaro fue igualmente dificultoso, cuando los guerrilleros intentaron cerrar el paso de los chilenos por el puente, fueron traicionados por los iglesistas dirigidos por Milón Duarte, trabándose enconada lucha hasta que al fin abrumados por el fuego enemigo, los guerrilleros tomaron las alturas desde donde desgalgaron enormes piedras, sembrando el pavor en los chilenos.
El 18 de setiembre los guerrilleros de Huando se enfrentaron a las fuerzas invasoras, sin lograr detenerlas. En Huarpa también los chilenos fueron duramente hostilizados. Urriola confiaba no encontrar resistencia en la región, porque los iglesistas habían venido laborando activamente para allanarle el camino, sobre esto le informaron en una nota, afirmando que Huanta no ofrecería resistencia. Pero Huanta estaba dividida, algunos vecinos estaban decididos a resistir, entre ellos el alcalde Francisco Sánchez, quien ofició al Prefecto Morales Bermúdez, solicitándole refuerzos porque el pueblo de Huanta estaba dispuesto a batirse “costare lo que costare”, pero esta solicitud no fue atendida, y Huanta tendría que combatir sola.
Del otro lado, los iglesistas de Huanta convocaron el 15 de setiembre un cabildo abierto presidido por José María Cárdenas. Según Luis Cavero en su Monografía de Huanta, eran los mismos de levita y gamonales que temiendo ser perjudicados en sus intereses particulares se ocultaron por no defender los intereses generales de la Patria.
El cabildo abierto decidió abrir las puertas a las fuerzas de ocupación y plegarse al régimen de Iglesias, adhiriéndose incondicionalmente al tratado de paz que se preparaba entre el Gobierno Regenerador de Montán y los chilenos, y desconociendo la autoridad del subprefecto, Federico Arias Ayarza, nombrado por el General Cáceres, eligieron en su lugar a José María Cárdenas. También acordó destinar la cantidad necesaria de los fondos municipales para atender los gastos de la recepción a las fuerzas chilenas.
Esta decisión no fue aceptada por todos los hauantinos y concitó el repudio de las comunidades circunvecinas. Al ver la obstinación de los indios y su actitud hostil y amenazadora se armaban también los notables al mando de José María Cárdenas, en cuya casa los iglesistas preparaban la recepción a los chilenos. Una comisión compuesta por Manuel Quisoruco, Feliciano Urbina, José Chávez y otros más que iban a darles el alcance fue atacada por guerrilleros partidarios de Cáceres. Al medio día del 18 de setiembre se entabló un reñido combate que duró cinco horas. Al final Huanta fue tomada por las guerrillas y los iglesistas sobrevivientes se refugiaron en la iglesia.
El 25 de setiembre se trabó un primer combate entre las guerrillas huantinas y las fuerzas chilenas. El 27 las acciones llegaron a su punto más alto, los guerrilleros huantinos cayeron sobre la columna enemiga, entablándose un furioso combate que ocasionó numerosos muertos en los dos bandos. Ese mismo día Urriola entró en Huanta, liberando a los iglesistas refugiados en la iglesia y castigando al pueblo con el incendio de sus viviendas, matando sus animales y depredando sus pertenencias de valor. El 30 partió rumbo a Ayacucho, donde no encontró resistencia, pues Cáceres se había replegado hacia Andahuaylas, para continuar con la preparación del Ejército del Centro. Urriola, sin embargo, para abandonar Ayacucho tuvo que necesitar la ayuda de los hacendados y ricos comerciantes. La colaboración de los iglesistas, partidarios del acuerdo de paz con cesión territorial, con las fuerzas chilenas era evidente, al punto que los hacendados de Huancavelica formaron una milicia urbana para proteger la retirada del ejército chileno y para detener la presión de los guerrilleros de las comunidades que ejercían sobre la ciudad.
Cáceres llegó a Andahuaylas el 03 de octubre y al día siguiente le escribió a Montero, manifestándole la sorpresa que le había causado la tenaz resistencia de los huantinos. Según él, lo que había desencadenado la resistencia fue el conocer que los iglesistas venían colaborando con los chilenos, lo que había herido el patriotismo de los comarcanos. A fines de octubre, el ejército y la guardia nacional estacionados en Arequipa se desintegraron y su jefe el contralmirante Montero, que le negó todo apoyo a Cáceres, por Puno huyó a Bolivia luego a Argentina y posteriormente a Europa. El 29, los chilenos ocuparon Arequipa sin disparar un tiro.
Y mientras Cáceres nombraba al coronel Miguel Lazón como Comandante General de los destacamentos guerrilleros y el pueblo seguía combatiendo, Iglesias en forma apresurada y traidora había aceptado el oprobioso Tratado de Ancón, el 20 de octubre de 1883, por el cual el Perú perdía Tarapacá y Arica, y se quedaba con el lastre que hasta hoy arrastra.

Lima, Setiembre del 2009.

Lope Yupanqui Callegari.

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