INMIGRANTES DEL SIGLO XIX
Italianos en el Valle del Mantaro
Eugenio Callegari, innovó la alimentación en la sierra central, enseñando el cultivo y consumo de la alcachofa y otras hortalizas. Sus descendientes peruanos recibieron un homenaje del Alcalde de la Comune de Lerici, en Italia.
Desde tiempos de la colonia muchos italianos llegaron al Perú, principalmente de las regiones del norte, siendo en mayor número los procedentes de Génova y la región de Liguria. Los marinos genoveses eran reclutados en la armada española por sus habilidades en la cartografía y técnica de navegación, quienes después se convertían en mercaderes. España necesitaba buenos navegantes para el comercio con sus colonias; por eso, la República de Génova fue su aliada desde 1528 (1). Por aquellos años la vida en Europa, en general, era muy dura, agravada en las décadas de 1860 y 1870, cuando la industria naviera italiana entró en un proceso de cambio que permitió reemplazar las embarcaciones de vela por naves a vapor, con lo cual muchos marinos quedaron sin trabajo.
Testigo de esta historia de inmigrantes hacia tierras de América fue Eugenio Callegari Bertella, quien para llegar al Perú tuvo que pasar por una serie de peripecias, parte de las cuales lo conocimos hace poco durante un viaje familiar a Lérici, Italia, su suelo natal, donde fuimos recibidos por el Síndaco (Alcalde) de la Comune (Municipalidad) de Lérici, Emanuele Fresco, quien recordó algunas circunstancias que obligaron a los italianos a dejar su país en busca de nuevos horizontes. Fue una emocionante experiencia el haber llegado a la tierra que vio nacer al abuelo, donde la familia Callegari sigue latente en el tiempo y la historia.
Por entonces en el Perú se vivía, en cambio, una época de bonanza económica debido a la explotación del guano de las islas. Los marinos que ya habían visitado el Perú transportando guano, carbón y bienes manufacturados, fueron los primeros que decidieron establecerse en esta parte de Sudamérica, alentando a sus familiares y amigos a dejar su patria y buscar una nueva vida en el Perú. “Marineros y campesinos, principalmente de Liguria –dice Joëlle Hullebroeck en la presentación del libro “Los italianos en la sociedad peruana”-, llegaron de manera continua aunque no cuantiosa al Perú, trayendo a su país de adopción una “cultura de la movilidad” con redes de flujos migratorios familiares de ida y retorno y una gran capacidad de trabajo y ahorro” (2).
La adaptación de estos inmigrantes no fue difícil porque aquí encontraron un ambiente favorable debido a la tradición católica y a la herencia latina común. De otro lado, por el auge de la actividad comercial e industrial el Perú tenía que hacer propaganda en Europa para atraer más inmigrantes que ofrecieran invertir e iniciar nuevas industrias. Unos entraban “al sector de los negocios, como propietarios o dependientes en pequeños establecimientos de venta al por menor”; otros, “se desempeñaban en oficios especializados o semi- especializados, trabajando como sastres, albañiles, carpinteros o panaderos.” También se empleaban “como obreros, a la vez que las mujeres generalmente encontraron trabajo como mucamas, lavanderas o cocineras” (3).
Una élite de inmigrantes italianos, sin embargo, fueron empresarios, banqueros e industriales, que contribuyeron en el desarrollo del país, gracias a su buena educación y preparación. Poco a poco llegaron a fundar una serie de instituciones dedicadas principalmente a la salud, como el Hospital Italiano, y a la educación, permitiendo la incorporación de médicos y profesores italianos que introdujeron innovaciones en la medicina y la educación.
¿Cómo llegó Eugenio?
El inmigrante italiano optaba por establecerse de preferencia en el puerto del Callao, Lima y otras ciudades de la costa peruana. Sin embargo, no faltaron quienes se internaron hacia la sierra y la selva, para dedicarse a la minería y a la agricultura.
Uno de ellos fue mi abuelo Eugenio, natural de Lérici, región de Liguria, quien salió de Génova en junio de 1881, en el barco “Fanfulla”. Desembarcó en el puerto del Callao para no regresar más a Italia. Tras él vino su primo, también llamado Eugenio, para buscarlo, porque los familiares no sabían nada de él. Lo buscó por todas partes y nunca lo encontró, hasta que llegó a Trujillo donde se quedó definitivamente.
Eugenio Callegari nació el 13 de octubre de 1860. Sus padres fueron Giuseppe y Teresa. Tuvo dos hermanos mayores: Giovanni y Luigia. Refería que al morir sus padres el hermano mayor lo maltrataba, y muy joven ingresó a trabajar en una empresa ferrocarrilera de donde fue levado para cumplir con el servicio militar en la marina italiana. Es donde se informa de cómo se hacía fortuna en América, y particularmente en el Perú. Al llegar al Callao se adaptó fácilmente a la vida porteña, puesto que como era natural de la región italiana de Liguria, estaba acostumbrado a la actividad portuaria y marina. Deseoso de conocer más viajó hacia la región central del país, allí quedó impresionado por la belleza del paisaje y la riqueza minera de los Andes. Se convirtió, entonces, en minero, actividad en la que le fue muy bien. Al poco tiempo ya era capitán de minas (ahora ingeniero de minas) en Casapalca, Morococha y finalmente en Cerro de Pasco. Se recuerda que los días de pago recibía su remuneración en libras esterlinas en unas bolsas blancas de lona que con una cuerda se ataba por un extremo. En Lima conoció a la mujer que sería la compañera de toda su vida, Rosalía Sanabria Narváez, natural del pueblo de Matahuasi, provincia, por entonces, de Jauja, departamento de Junín.
Cuando Eugenio se retiró de la actividad minera, el matrimonio con sus cinco hijos se estableció en Matahuasi, donde la señora Candelaria Narváez (madre de Rosalía) era dueña de una considerable fortuna, en tierras y animales, en el anexo de Yanamuclo. El padre de Rosalía, JuandeMata Sanabria, había muerto heroicamente en el combate de Concepción, el 9 de julio de 1882, durante la invasión chilena. En Matahuasi compró una casa que la remodeló de tal manera que sus paredes medían casi un metro de ancho y la acondicionó dándole un confort único, el decorado de los interiores llevaba unas láminas especiales traídas de Italia. Por entonces era la vivienda más vistosa, y conocida como la “Casa del Canto”, donde posteriormente instaló un taller de herrería, que fue el primero del valle del Mantaro. Eugenio fue un hombre que llegó a tener una gran influencia y consideración debido a su eficiencia y don de gentes, a su honradez y dedicación al trabajo, su disciplina y responsabilidad. Fue muy querido, respetado y depositario de toda confianza.
El aporte de Eugenio Callegari en el centro del país es notable en la economía, la industria y la cultura. Introdujo el cultivo y consumo de la alcachofa y demás hortalizas en Matahuasi y el valle del Mantaro. Los que lo conocieron contaban que los lugareños al verlo a él y su familia degustar las hortalizas se admiraban y decían “el gringo que come hierba”. Del mismo modo fue un aliado importante de los padres franciscanos del convento de Ocopa en la propagación del plantío del eucalipto en toda la zona. Por todo esto, Eugenio Callegari debería ser considerado como un precursor de la formación técnica y de la ecología en el Perú, por haber sido pionero de la minería, la industria metalmecánica y uso adecuado de la tecnología de la época, así como por difundir el cultivo y consumo de la alcachofa y otras hortalizas y la reforestación del centro del país.
El matrimonio tuvo cinco hijos: Emilia, Odilia, Rubén, Pílade y Licia Callegari Sanabria, cuyos descendientes hoy viven en Matahuasi, Huancayo, Satipo, Huanuco, Lima, y otras ciudades del país. Los 21 nietos siguen las huellas del inmigrante italiano como industriales, empresarios y profesionales. Los bisnietos, igualmente, pueblan distintos lugares del Perú y el extranjero varios, precisamente, viven en Italia. A los 74 años de edad, Eugenio murió el 16 de enero de 1934. Sus restos reposan en el cementerio general de Matahuasi, pueblo que adoptó como su tierra natal.
En busca de la patria del abuelo
Esta nota, quizás, no estaría completa sin un breve comentario sobre el reciente viaje que hicimos a Italia. En efecto, desde diciembre del 2007 y enero del 2008 estuvimos por allá en compañía de mi esposa Elvira, mi hermano Sigifredo y mi cuñada Cory. Fue un viaje de visita a los sobrinos: Karito, Francisco y Fernando, con motivo del matrimonio de la primera, quien se casó el 12 de enero con el italiano Daniele Baldassa. Pero también había otro motivo, llegar a Génova y Lérici, lugar donde nació y vivió el abuelo Eugenio. Allí nos encontramos con Riccardo Bonvicini, hijo de Luigi Bonvicini Callegari (fallecido el 2002), con quien ya manteníamos correspondencia desde 1985, gracias al amigo de Sigifredo de apellido Bertolazzi, natural de Bologna. Este segundo deseo se cumplió el 21 de enero, un lunes que será inolvidable. Dos días antes habíamos celebrado los 44 años de cuando Elvira y yo nos unimos en matrimonio. Fue extraordinario. Recordar un aniversario tan especial en una ciudad europea.
El sobrino Riccardo es periodista del diario IL SECOLO XIX de la ciudad de La Spezia. Un orgullo de colega. Sabíamos que él quería conocerme y, desde luego yo, ni qué decir, y con un abrazo al estilo italiano estrechamos el vínculo familiar. En el caso de mi hermano, era simplemente un encuentro más, pues él llegaba a Italia por enésima vez. Algunos nietos y bisnietos de Eugenio Callegari, nacidos en el Perú, han adquirido la ciudadanía italiana, esto es loable, pero es justo reconocer que ello ha sido posible gracias a Sigifredo Yupanqui Callegari, quien en 1995 hizo un viaje expreso a Italia, para sacar de Lérici la partida de nacimiento del abuelo, documento sin el cual no se podía iniciar ningún trámite. Ahora está abierto el camino para que otros descendientes del inmigrante se acojan a este derecho de la doble nacionalidad, que nos corresponde de acuerdo a ley.
El sobrino Riccardo también propició un encuentro con Emanuele Fresco, Síndaco de la Comune de Lérici. El Síndaco al conocer de nuestra presencia como peruanos descendientes de un lericino nos dio una recepción muy cálida, resaltando la trascendencia de la visita. Dijo que era un momento agradable tener en la Comune de Lérici a descendientes de un italiano ilustre que hizo de su vida una patria familiar en el Perú.
En seguida, sacó de una vitrina de su lujoso despacho la bandera y escudo de la ciudad y su banda, símbolo de autoridad, para expresar oficialmente la bienvenida y permanencia de los descendientes del italiano Eugenio Callegari. Sean bienvenidos, concluyó, en este pueblo que también es de ustedes, porque desde aquí partió un italiano hacia el Perú que también es nuestro en sentimientos y respeto, dijo emocionado. Finalmente, nos obsequió un almanaque histórico del 2008, con textos de Riccardo Bonvicini, y un libro de versos “PICCOLO CABOTAGGIO” del poeta italiano Paolo Bertolani, natural de La Serra de Lerici. Por nuestra parte, agradecimos muy cordialmente. Luego, guiados por el sobrino, fuimos a La Serra, el lugar donde vivió el abuelo Eugenio, nos enseñó el sitio donde estuvo la casa en la que nació, ahora ocupado por otros edificios; después, llegamos al archivo histórico de Sarzana, a donde acudimos para obtener documentación histórica de la familia.
De Lérici pasamos a visitar Cinque Terre (Cinco Tierras), guiados por Daniele, el esposo de Karito, recorrimos estos encantadores lugares admirando Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso, un corredor maravilloso “entre el cielo y el mar, un paisaje creado por el hombre”. Cuan hermosa la impresión de realidades distintas como, por ejemplo, el lago Maggiore que baña varias ciudades de Italia y Suiza; el Duomo, el Castillo de Sforszesco de la época medieval o el Museo de la Ciencia y la Tecnología Leonardo Da Vinci de Milán; el Museo Textil de Busto Arsizio, se dice que esta ciudad es la cuna de la industria textil europea. Roma “La Eterna”, la Basílica de San Pedro en El Vaticano, Venecia, Génova, Florencia. En fin, fueron unos días de extraordinarias e inolvidables experiencias. Gracias al abuelo.
(1) BONFIGLIO, Giovanni, LOS ITALIANOS EN LA SOCIEDAD PERUANA,
Segunda Edición, Lima, 1994, p. 20.
(2) BONFIGLIO, Giovanni, ob.cit. p. 9.
(3) WORRALL Janet Evelyn, LA INMIGRACIÓN ITALIANA EN EL PERÚ
1860 – 1914, Lima, 1990, p. 5 y 6.
Lima, Marzo del 2008.
Italianos en el Valle del Mantaro
Eugenio Callegari, innovó la alimentación en la sierra central, enseñando el cultivo y consumo de la alcachofa y otras hortalizas. Sus descendientes peruanos recibieron un homenaje del Alcalde de la Comune de Lerici, en Italia.
Desde tiempos de la colonia muchos italianos llegaron al Perú, principalmente de las regiones del norte, siendo en mayor número los procedentes de Génova y la región de Liguria. Los marinos genoveses eran reclutados en la armada española por sus habilidades en la cartografía y técnica de navegación, quienes después se convertían en mercaderes. España necesitaba buenos navegantes para el comercio con sus colonias; por eso, la República de Génova fue su aliada desde 1528 (1). Por aquellos años la vida en Europa, en general, era muy dura, agravada en las décadas de 1860 y 1870, cuando la industria naviera italiana entró en un proceso de cambio que permitió reemplazar las embarcaciones de vela por naves a vapor, con lo cual muchos marinos quedaron sin trabajo.
Testigo de esta historia de inmigrantes hacia tierras de América fue Eugenio Callegari Bertella, quien para llegar al Perú tuvo que pasar por una serie de peripecias, parte de las cuales lo conocimos hace poco durante un viaje familiar a Lérici, Italia, su suelo natal, donde fuimos recibidos por el Síndaco (Alcalde) de la Comune (Municipalidad) de Lérici, Emanuele Fresco, quien recordó algunas circunstancias que obligaron a los italianos a dejar su país en busca de nuevos horizontes. Fue una emocionante experiencia el haber llegado a la tierra que vio nacer al abuelo, donde la familia Callegari sigue latente en el tiempo y la historia.
Por entonces en el Perú se vivía, en cambio, una época de bonanza económica debido a la explotación del guano de las islas. Los marinos que ya habían visitado el Perú transportando guano, carbón y bienes manufacturados, fueron los primeros que decidieron establecerse en esta parte de Sudamérica, alentando a sus familiares y amigos a dejar su patria y buscar una nueva vida en el Perú. “Marineros y campesinos, principalmente de Liguria –dice Joëlle Hullebroeck en la presentación del libro “Los italianos en la sociedad peruana”-, llegaron de manera continua aunque no cuantiosa al Perú, trayendo a su país de adopción una “cultura de la movilidad” con redes de flujos migratorios familiares de ida y retorno y una gran capacidad de trabajo y ahorro” (2).
La adaptación de estos inmigrantes no fue difícil porque aquí encontraron un ambiente favorable debido a la tradición católica y a la herencia latina común. De otro lado, por el auge de la actividad comercial e industrial el Perú tenía que hacer propaganda en Europa para atraer más inmigrantes que ofrecieran invertir e iniciar nuevas industrias. Unos entraban “al sector de los negocios, como propietarios o dependientes en pequeños establecimientos de venta al por menor”; otros, “se desempeñaban en oficios especializados o semi- especializados, trabajando como sastres, albañiles, carpinteros o panaderos.” También se empleaban “como obreros, a la vez que las mujeres generalmente encontraron trabajo como mucamas, lavanderas o cocineras” (3).
Una élite de inmigrantes italianos, sin embargo, fueron empresarios, banqueros e industriales, que contribuyeron en el desarrollo del país, gracias a su buena educación y preparación. Poco a poco llegaron a fundar una serie de instituciones dedicadas principalmente a la salud, como el Hospital Italiano, y a la educación, permitiendo la incorporación de médicos y profesores italianos que introdujeron innovaciones en la medicina y la educación.
¿Cómo llegó Eugenio?
El inmigrante italiano optaba por establecerse de preferencia en el puerto del Callao, Lima y otras ciudades de la costa peruana. Sin embargo, no faltaron quienes se internaron hacia la sierra y la selva, para dedicarse a la minería y a la agricultura.
Uno de ellos fue mi abuelo Eugenio, natural de Lérici, región de Liguria, quien salió de Génova en junio de 1881, en el barco “Fanfulla”. Desembarcó en el puerto del Callao para no regresar más a Italia. Tras él vino su primo, también llamado Eugenio, para buscarlo, porque los familiares no sabían nada de él. Lo buscó por todas partes y nunca lo encontró, hasta que llegó a Trujillo donde se quedó definitivamente.
Eugenio Callegari nació el 13 de octubre de 1860. Sus padres fueron Giuseppe y Teresa. Tuvo dos hermanos mayores: Giovanni y Luigia. Refería que al morir sus padres el hermano mayor lo maltrataba, y muy joven ingresó a trabajar en una empresa ferrocarrilera de donde fue levado para cumplir con el servicio militar en la marina italiana. Es donde se informa de cómo se hacía fortuna en América, y particularmente en el Perú. Al llegar al Callao se adaptó fácilmente a la vida porteña, puesto que como era natural de la región italiana de Liguria, estaba acostumbrado a la actividad portuaria y marina. Deseoso de conocer más viajó hacia la región central del país, allí quedó impresionado por la belleza del paisaje y la riqueza minera de los Andes. Se convirtió, entonces, en minero, actividad en la que le fue muy bien. Al poco tiempo ya era capitán de minas (ahora ingeniero de minas) en Casapalca, Morococha y finalmente en Cerro de Pasco. Se recuerda que los días de pago recibía su remuneración en libras esterlinas en unas bolsas blancas de lona que con una cuerda se ataba por un extremo. En Lima conoció a la mujer que sería la compañera de toda su vida, Rosalía Sanabria Narváez, natural del pueblo de Matahuasi, provincia, por entonces, de Jauja, departamento de Junín.
Cuando Eugenio se retiró de la actividad minera, el matrimonio con sus cinco hijos se estableció en Matahuasi, donde la señora Candelaria Narváez (madre de Rosalía) era dueña de una considerable fortuna, en tierras y animales, en el anexo de Yanamuclo. El padre de Rosalía, JuandeMata Sanabria, había muerto heroicamente en el combate de Concepción, el 9 de julio de 1882, durante la invasión chilena. En Matahuasi compró una casa que la remodeló de tal manera que sus paredes medían casi un metro de ancho y la acondicionó dándole un confort único, el decorado de los interiores llevaba unas láminas especiales traídas de Italia. Por entonces era la vivienda más vistosa, y conocida como la “Casa del Canto”, donde posteriormente instaló un taller de herrería, que fue el primero del valle del Mantaro. Eugenio fue un hombre que llegó a tener una gran influencia y consideración debido a su eficiencia y don de gentes, a su honradez y dedicación al trabajo, su disciplina y responsabilidad. Fue muy querido, respetado y depositario de toda confianza.
El aporte de Eugenio Callegari en el centro del país es notable en la economía, la industria y la cultura. Introdujo el cultivo y consumo de la alcachofa y demás hortalizas en Matahuasi y el valle del Mantaro. Los que lo conocieron contaban que los lugareños al verlo a él y su familia degustar las hortalizas se admiraban y decían “el gringo que come hierba”. Del mismo modo fue un aliado importante de los padres franciscanos del convento de Ocopa en la propagación del plantío del eucalipto en toda la zona. Por todo esto, Eugenio Callegari debería ser considerado como un precursor de la formación técnica y de la ecología en el Perú, por haber sido pionero de la minería, la industria metalmecánica y uso adecuado de la tecnología de la época, así como por difundir el cultivo y consumo de la alcachofa y otras hortalizas y la reforestación del centro del país.
El matrimonio tuvo cinco hijos: Emilia, Odilia, Rubén, Pílade y Licia Callegari Sanabria, cuyos descendientes hoy viven en Matahuasi, Huancayo, Satipo, Huanuco, Lima, y otras ciudades del país. Los 21 nietos siguen las huellas del inmigrante italiano como industriales, empresarios y profesionales. Los bisnietos, igualmente, pueblan distintos lugares del Perú y el extranjero varios, precisamente, viven en Italia. A los 74 años de edad, Eugenio murió el 16 de enero de 1934. Sus restos reposan en el cementerio general de Matahuasi, pueblo que adoptó como su tierra natal.
En busca de la patria del abuelo
Esta nota, quizás, no estaría completa sin un breve comentario sobre el reciente viaje que hicimos a Italia. En efecto, desde diciembre del 2007 y enero del 2008 estuvimos por allá en compañía de mi esposa Elvira, mi hermano Sigifredo y mi cuñada Cory. Fue un viaje de visita a los sobrinos: Karito, Francisco y Fernando, con motivo del matrimonio de la primera, quien se casó el 12 de enero con el italiano Daniele Baldassa. Pero también había otro motivo, llegar a Génova y Lérici, lugar donde nació y vivió el abuelo Eugenio. Allí nos encontramos con Riccardo Bonvicini, hijo de Luigi Bonvicini Callegari (fallecido el 2002), con quien ya manteníamos correspondencia desde 1985, gracias al amigo de Sigifredo de apellido Bertolazzi, natural de Bologna. Este segundo deseo se cumplió el 21 de enero, un lunes que será inolvidable. Dos días antes habíamos celebrado los 44 años de cuando Elvira y yo nos unimos en matrimonio. Fue extraordinario. Recordar un aniversario tan especial en una ciudad europea.
El sobrino Riccardo es periodista del diario IL SECOLO XIX de la ciudad de La Spezia. Un orgullo de colega. Sabíamos que él quería conocerme y, desde luego yo, ni qué decir, y con un abrazo al estilo italiano estrechamos el vínculo familiar. En el caso de mi hermano, era simplemente un encuentro más, pues él llegaba a Italia por enésima vez. Algunos nietos y bisnietos de Eugenio Callegari, nacidos en el Perú, han adquirido la ciudadanía italiana, esto es loable, pero es justo reconocer que ello ha sido posible gracias a Sigifredo Yupanqui Callegari, quien en 1995 hizo un viaje expreso a Italia, para sacar de Lérici la partida de nacimiento del abuelo, documento sin el cual no se podía iniciar ningún trámite. Ahora está abierto el camino para que otros descendientes del inmigrante se acojan a este derecho de la doble nacionalidad, que nos corresponde de acuerdo a ley.
El sobrino Riccardo también propició un encuentro con Emanuele Fresco, Síndaco de la Comune de Lérici. El Síndaco al conocer de nuestra presencia como peruanos descendientes de un lericino nos dio una recepción muy cálida, resaltando la trascendencia de la visita. Dijo que era un momento agradable tener en la Comune de Lérici a descendientes de un italiano ilustre que hizo de su vida una patria familiar en el Perú.
En seguida, sacó de una vitrina de su lujoso despacho la bandera y escudo de la ciudad y su banda, símbolo de autoridad, para expresar oficialmente la bienvenida y permanencia de los descendientes del italiano Eugenio Callegari. Sean bienvenidos, concluyó, en este pueblo que también es de ustedes, porque desde aquí partió un italiano hacia el Perú que también es nuestro en sentimientos y respeto, dijo emocionado. Finalmente, nos obsequió un almanaque histórico del 2008, con textos de Riccardo Bonvicini, y un libro de versos “PICCOLO CABOTAGGIO” del poeta italiano Paolo Bertolani, natural de La Serra de Lerici. Por nuestra parte, agradecimos muy cordialmente. Luego, guiados por el sobrino, fuimos a La Serra, el lugar donde vivió el abuelo Eugenio, nos enseñó el sitio donde estuvo la casa en la que nació, ahora ocupado por otros edificios; después, llegamos al archivo histórico de Sarzana, a donde acudimos para obtener documentación histórica de la familia.
De Lérici pasamos a visitar Cinque Terre (Cinco Tierras), guiados por Daniele, el esposo de Karito, recorrimos estos encantadores lugares admirando Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso, un corredor maravilloso “entre el cielo y el mar, un paisaje creado por el hombre”. Cuan hermosa la impresión de realidades distintas como, por ejemplo, el lago Maggiore que baña varias ciudades de Italia y Suiza; el Duomo, el Castillo de Sforszesco de la época medieval o el Museo de la Ciencia y la Tecnología Leonardo Da Vinci de Milán; el Museo Textil de Busto Arsizio, se dice que esta ciudad es la cuna de la industria textil europea. Roma “La Eterna”, la Basílica de San Pedro en El Vaticano, Venecia, Génova, Florencia. En fin, fueron unos días de extraordinarias e inolvidables experiencias. Gracias al abuelo.
(1) BONFIGLIO, Giovanni, LOS ITALIANOS EN LA SOCIEDAD PERUANA,
Segunda Edición, Lima, 1994, p. 20.
(2) BONFIGLIO, Giovanni, ob.cit. p. 9.
(3) WORRALL Janet Evelyn, LA INMIGRACIÓN ITALIANA EN EL PERÚ
1860 – 1914, Lima, 1990, p. 5 y 6.
Lima, Marzo del 2008.
Interesante, ¿tendrá información de italianos que llegaron a Cerro de Pasco?
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