viernes, 27 de noviembre de 2015

Recuerdos

El TREN MACHO

Dr. Augusto Chávez Pérez, Prom. 56

Serpenteando al lado del caudaloso río Mantaro, antaño llamado  Ancasmayo, en Huanca Ayllu (Huancayo), un monstruo de acero, nacido en Essen (Alemania) iba y sigue yendo por un camino de rieles de acero. A veces presuroso y jadeante, despidiendo por sus fauces chorros de vapor níveo y por su chimenea exhalando una densa humareda negra, cuyo olor nos sabía a un mágico aroma de nuevos tiempos, que invadía la atmósfera virginal de los campos del cañón por donde discurría el río y su acompañante que era nada menos que el Tren Macho; este nombre, deriva del aforismo popular “amarrar el macho” que quiere decir, “no estás haciendo nada, estás engañando”, todo esto porque los servicios de este tren, son muy peculiares.
En otras ocasiones, este animalejo mecánico de color negro azabache, con llamativos aparejos plateado de acero inoxidable y muchas ruedas descomunales, se desplazaba con una parsimonia digna de Job, y, era porque halaba tantos coches y bodegas, como para trasladar un pueblo entero porque, ¿Quién no quería ir a Huancayo?, la capital de Junín, la meca del centro geográfico peruano. En cuyo caso, además y de vez en cuando, aminoraba su marcha, paraba y reculaba para reiniciar su lento trajinar, no sin antes haber hecho varios intentos a juzgar por una suerte de acceso de tos de los asmáticos y exhalar más humo negro y además, varias sacudidas espasmódicas y los chirridos de las ruedas. Otra cosa eran los ruidos de los coches como de canastas al trote de los asnos porteadores.
Estos armatostes, tenían un pito, cuyo sonido muy potente y característico inundaba los lugares cuando se acercaba o alejaba de un pueblo rompiendo la monotonía del lugar, anunciando probablemente novedades o despidiéndose de sus pasajeros.
¡Cómo apreciábamos este ingenio!, parecía tener vida y de tanto trajinar de un destino al otro siempre, y todos los días del Señor. Pensábamos que cercano a sus 100 años, sentía el peso inexorable del tiempo, de allí, su parsimonia, parsimonia del veterano, del que sabe lo que hace, del que tiene autoridad y derecho natural. ¿Quién le podía pedir más?
El ingenio del cual tratamos, constaba de la locomotora a vapor de tiempos idos, al que llamábamos trompa nosotros los aldeanos, sin necesidad de que sea un proboscidio; era un cilindro descomunal que alojaba la caldera, luego estaba el tanque de agua y petróleo. Recuérdese que consumía mucha agua (mucho trabajo, mucha sed) y por eso en el camino, habían grandes tanques surtidores de agua, todos de color rojo terroso, éstos, si tenían trompa con lo que proveían el agua al sediento.
También eran partes del tren, los coches para los pasajeros, simples, sencillos y, las bodegas para el equipaje y la carga,
En el itinerario, nos complacíamos al ver los paisajes rurales, siempre los mismos pero, para nosotros los viajeros, también era hermosos, era nuestro lugar natural. Estos parajes cambiaban con las estaciones, y por eso, podíamos conocer los ciclos de la naturaleza  y la bondad de la producción de sus suelos para nuestro sustento. Disfrutábamos al ver los campos de cultivo y calificábamos el esfuerzo de los aldeanos en función de la calidad de los sembríos.
Los cultivos y los campos al natural, nos ofrecían una sinfonía de colores y de distancias, era de admirar las ciclópeas elevaciones de la cordillera así como las profundidades abismales, ambas formadas por las formidables fuerzas tectónicas de la naturaleza y el trabajo minucioso y constante de la erosión.
El tren inicia su viaje en la estación de Chilca, Huancayo, el periplo se concluye en la Villa Rica de Oropeza, Huancavelica, donde de acuerdo a la singular tradición de su gente, hasta la saliva de  los suyos, cuesta 20 centavos, posiblemente rememorando y en mérito a la otrora bonaza minera del lugar. El mercurio de sus suelos, hicieron de la ciudad, una urbe de opulencia, de allí que además del título, ostenta un escudo heráldico y la suerte de sentencia que dice un huayno “villano”, donde se encuentra amor verdadero.
En el trayecto, se pasan por pequeños pueblos pintorescos, cuyos líderes seguramente se esfuerzan contra molinos de viento, pero se gastan los presupuestos nacionales, a imagen y semejanza de lo que sucede en pueblos que “han progresado” con “líderes verdaderos”; así se llega a Huancavelica (Huanca Uillca, nieto del Huanca literalmente, pero su significado pudo ser, en tiempo precolombinos, pequeño pueblo huanca)
¡Y los pasajeros del Tren Macho!, ¿quiénes éramos? La mayoría éramos lugareños, con nuestros usos y costumbres, así como nuestra dicción muy particular en la que no faltaba el “pues”. Todos nosotros llevábamos en el tren cuanto podíamos coger, incluyendo nuestros fieles allgos (perros). Pero formando parte principal de nuestro equipaje de mano, estaban nuestras subsistencias de papas, chuño, choclo, habas, alverjas y por supuesto la molienda de trigo, cebada, chochoca. También el charqui delicioso, y el queso, que era el aporte proteico en la dieta nuestra de todos los días.
De tanto viajar en el Tren Macho, se establecía la vida social que se formó desde que éramos escolares y se fue acentuando con el tiempo y las lluvias. Hoy, recordamos con nostalgia los nombres, apellidos y pueblos de origen de tantos paisanos a quienes ya no es posible estrechar sus manos.
Durante el parsimonioso avance del tren, era inevitable y más aun necesario y agradable la tertulia entre paisanos y ajenos; pero invariablemente las charlas se iban agotando y el sueño atrapaba a unos y otras, pero eso, no era silencio celestial porque por allá o por aquí, se escuchaba un ronquido inesperado que despertaba las sonrías del más serio parroquiano.
En el armatoste que era cada coche, deben haberse producido las conversaciones, de  tratos, contratos más singulares ya que el alma humana, como cualquier alma, sin requerir prosapia alguna, tiene apetencias, impulsos, querencias, ambiciones, sueños y entuertos. Todos ellos se trafican en una tertulia, más aun, con un trago encima, no hay censura que valga y una confidencia resulta siendo un secreto de dos y, ya no es secreto.
Todo esto y más se trata en un tren, sobre todo si es Macho.
Cientos de miles de pasajeros nos hemos beneficiado con los bondadosos servicios de este Tren Macho, que así lo llaman sus detractores porque salía de viaje cuando quería y llegaba a destino cuando podía.
Tan viejo, destartalado y herrumbroso estaba a una centuria de su nacimiento, pero mantiene la pretensión de su mocedad, no se rinde, solo descansa cuando quiere, pero quiere descansar con más frecuencia que antaño,  y como buen teutón que es, no se doblega y es por eso que sale cuando quiere y llega cuando puede y casi siempre puede aunque por allí le falta una huacha.
Muchos destinos  de cientos de Isabelinos Huancavelicanos se han forjado gracias al servicio de esta bestia magnífica. Transporte seguro y accesible a nuestras limitaciones económicas y eso, ha hecho posible desplazarnos desde nuestros modestos y recónditos lares y alcanzar niveles superiores de vivencia y desarrollo humano.
Hoy, sus pasajeros de antaño, recordamos con nostalgia a nuestro querido Tren Macho, porque el alma humana también quiere a las cosas, aunque este Tren Macho parecía tener sentimientos y nos ayudó y estos, se paguen con el afecto.
Agradecemos también a los que hicieron posible con el proyecto, con la ejecución, a los administradores y operadores.



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